miércoles, 9 de enero de 2013

UN CAMUS DOBLE, SIN HIELO




El director de Los Justos, -obra inmortal de Albert Camus- Agustín Alezzo, advierte desde el programa: no “hallaba los actores que pudiesen hacer frente a las grandes dificultades que sus personajes debían resolver”. Pero ahora, luego de ver la obra, podemos dilucidar porqué el director advierte sobre eso. Lo dice porque verdaderamente cada actor logra emplazarse con éxito en esta obra Dramática, dramática con D mayúscula. Y quién si no Alezzo podía querer enfrentarse a Los Justos. Supo esperar a reunir un elenco capaz de emocionar y sobrepasar el problema que el mismo Camus nombraba en El Mito de Sísifo: “(e)l actor reina en lo perecedero”. La gloria del actor es la más efímera. Pero claro, todas las glorias son efímeras… Alezzo lo sabe, y también sabe que si una obra así no logra o no roza la perfección, no habrá  siquiera algo efímero. Entonces, en este tiempo rápido y sin espera saludamos al -ya
Consagrado- director  por haber esperado a contar con un gran elenco.
La obra está ambientada en el contexto de la revolución rusa de comienzo del siglo XX, aquella anterior a la de 1917, pero que ya planteaba dilemas. Estos dilemas Camus los plasma en el texto, en la carne de cada personaje. Eso si, se centrará en dos:
Ivan Kaliayev (Nicolás Dominici) hará el papel  más romántico dentro del terrorismo revolucionario, mientras que Stepan Fedorov  (Julián Caissón) representará el lado fuerte, el lado antirelativista. Estos dos personajes son antagonistas dentro de una célula terrorista del P.S.R. ruso. La meta: matar al duque. Pero claro, no todo es tan fácil. Matar es un verbo interesante pero no de delicada realización. El grupo es víctima de un altercado que provocará un arsenal de discusiones que, bien a lo Camus, nos someten
-al espectador y a los personajes- al pensamiento ético, moral, humanista y filosófico. No es fácil matar. Lo que saben estos hombres, su certeza, es que “somos hermanos y matamos juntos”.
            Pero no todo es masculinidad en la Rusia de mujiks, zares y revolucionarios. Entre Stepan e Iván, flota la hermosa y fuerte Dora Dulebov, experta en explosivos del grupo. El amor invade a Dora. La actriz, Antonella Scattolini es la que logra un papel memorable. Compone una Dora  fuerte, romántica y capaz de lanzar frases por el estilo y ser creíble: “a mí no me gustan los disfraces, para amar hay que tener tiempo”. Ivan, Stepan y Dora son el núcleo de la obra. Ahora bien, los personajes secundarios, y habría que pensar que Camus creaba personajes que bien podrían ser protagonistas,  no solo son vitales para la narración, sino que en esta versión, están magistralmente interpretados. Es emocionante una escena en la cual Alexis Voinov (Gastón Ares) le manifiesta innumerables inquietudes a su superior  Boris Annenkov (Emiliano Delucchi) quien lo escucha más como  hermano que como  jefe de partido. El elenco lo completan  Sebastián Baracco, Martín López Pozzo, Marcelo Zitelli, y Nora Kaleka.
            Aquello fue la trama. Ahora el resto. Las luces son  clásicas, y acompañan a estos cinco actos clásicos y hermosos de manera perfecta. La escenografía es lo mejor: no hay escenografía. Se apela al drama, a la puesta en escena de ese drama. Nada hay que distraiga la fuerza dramática: las sillas, las mesas no son capaces de molestar. El vestuario tiene fuerza, el vestuario es justo, cada prenda acompaña la situación personal de cada personaje: el frío ruso está logrado. El sonido también es minimalista –en el buen sentido-, apenas los caballos que se van a acercando, apenas el viento, apenas una
Música metálica, apenas un ruido tremendo…
            Emocionante, clásica, filosófica, tierna, humana, lograda, sentida: algunos calificativos justos para Los Justos. Hay que ir a verla, porque en este verano porteño intolerante, va a venir bien pensar en el frío ruso del 1900, en matar o no matar, en la poesía o el partido, en el suicidio o la lucha, en si todos podemos hacer lo que pensamos o imaginamos hacer. Antes de entrar al teatro imaginé que un hombre de unos sesenta años detrás de mío  hablaba con  su mujer acerca de un chico que estaba en la fila: “ese sujeto con bermudas y sombrerito no tiene la apariencia de ser un espectador de Camus”…Me sonreí tratando de pensar cómo se vestiría Camus hoy en día, o cómo se viste alguien cuando sale a matar. ¡Vayan a ver Los Justos en ojotas, en alpargatas, entren al Auditorio Losada con sombrero –no se lo saquen- y lloren al salir!

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