sábado, 12 de enero de 2013

CONJUROS

Publicado( una versión alternativa) en Pobre Feo y Elegante II, Bs As, Junio de 2012 

 CONJUROS
Dedicado a Thom Teveles y a la memoria de Javier

1
            Me desperté, como los últimos cuatro días, pensando en dos conceptos: Lucio V. Mansilla y el dinero. Tomé café, mate,  leí libros, diarios oligarcas, diarios oficialistas, ojeé mails y demás, pero nunca dejé de pensar en la barba de Lucio y en mi billetera, ora llena, ora  vacía.
            Mi billetera es de cuero marrón. Todo hombre, de más de diez y ocho primaveras de edad debe tener una billetera de cuero: regla tácita de clase. Aún recuerdo una vez en la que tomando unos tragos muy  caros en algún aburrido boliche me digné a invitar a un amigo, y al sacar varios billetes de cien para administrarme esa cuota de dandismo, este observó horrorizado como un rectángulo azulado y descocido, coronado con una conocida marca de jeans norteamericana bordeada insulsa, industrialmente, salía del bolsillo de mi sacón. Sí, el rectángulo abominable ni siquiera entraba en un bolsillo de pantalón. “Eso, no es una billetera”. Y mi amigo tenía razón. El tema, además del genial Mansilla era claro: ahora, una madre de viaje por el sur argentino había regalado a su hijo una hermosa y masculina billetera. Pero, oh paradoja: esta billetera no cuenta con ningún ”Roca” dentro.  Hay, digamos un “Rosas”, y un “Belgrano” y un “San Martín”. No van mis preferencias políticas. Ese es otro conjuro.
            Rosas, Mansilla era sobrino de Rosas.  M, con m empiezan mis cuatro amores: Maria,  Mailén, Mariel, Micaela. Esas idioteces son basura significante que analizo con mi psicoanalista, una práctica burguesa  – y claramente Argentina- más. No, nada de m, pero Mansilla Sí. Mansilla empieza con m. Entonces, en mi pobre billetera hay un “Rosas” y yo no paro de pensar en Mansilla. ¿Y la m?  ¡Claro hombre!, mis amores: amo a Mansilla, a su escritura claro está. Quise y quiero; o mejor dicho, me veo a mi mismo como un dandi. Puede ser, todo puede ser.
            Una complicación; luego de comprar cigarrillos, -no se puede ser dandi sin fumar-, quedan en mi billetera unos próceres menos y ahora hay uno nuevo, de menor valor pero no menos siniestro: “Mitre”.
            Tengo que ir a París, pero no lo grito. Voy a ir a Paris, más precisamente al departamento que habitó Lucio en la  Rue Victor Hugo. También estoy seguro de que Mansilla vivió allí no por casualidad. ¿Leyó a Victor Hugo? No sé. ¿Existirá ese edificio o fue bombardeado o transformado en un hotel? No sé, y mi billetera me dice que tampoco sabe o poco le importa. Bartolomé Mitre me mira desganado. Echémosle una “ojeada al desenvolvimiento”  de Lucio: un mero ejercicio escolar. El problema es el dinero para viajar a Paris, a la ciudad del hechizo, la ciudad donde todos se creen más de lo que valen. El lugar –Paris- donde Lucio murió-1913- antes de un año que seguramente el hubiera preferido, para estar en regla con el servicio de un quatorziéme. El  14 es mejor que el 13, pero fue el año 13.
           
De la mezcla siempre sexual de dos nace o un encuentro u otra vida. De Lucio Norberto Mansilla y Agustina Ortiz de Rozas nació Lucio Victorio; un 23 de diciembre de 1831 en Buenos Aires en  eso que antes y hoy se conoce como San Telmo o Montserrat (la t aquí siempre es bella, arcaica). Lo imagino blanco como su tío Juan Manuel, con ojos penetrantes y melancólicos como los míos ahora cuando miro el feo billete de “Mitre”. Y pienso si no podría estar  esa bella foto de Lucio escribiendo señorialmente en su escritorio en ese billete… El billete de dos.  Álgidos debates, Emilio Mitre, Bartolomé Mitre, Bartolomé Mitre hijo del hijo del… Muchos Mitre para una sacada de foto. San Martín en el de diez… Bue. Lo imagino chupando férreo los pezones grandes y gastados de una negra nodriza, lo imagino correteando por el “presidio viejo” de  Tacuarí y Potosí. Alsina y vaya a saber qué…
            Un aire fresco penetra en los ojos del niño Lucio, ya llora, ya mima y lo miman. Ya se da aires de lector divo. El padre tiene mucho trabajo… Es un ex unitario que en adolescencias de su Victorio, que corretea mujercitas de aquí para allá, lucha para echar a la flota anglo-francesa;  lucha en esa batalla que luego los cantores reaccionarios aman cantar. Igualmente, no imagino  a Lucio Norberto cantando “qué lo tiró los gringos, venirse al cuete venirse al cuete”, claro una canción, una canción folklórica nomás. Un gran y hermoso poema de Brascó que en estas latitudes cantaron tanto Zitarrosa como… ¡Rimoldi Fraga! Debo decir que me gusta, es ese género –el triunfo-, que uno puede saborear junto a un mate o totalmente ebrio de ginebra en una vereda: siempre guitarra en mano, siempre que alguien sepa ese rasgueo… Ah, el nombre de la batalla: “La vuelta de Obligado”. U obligados a volverse. Ironías de la vida además de los billetes.  Mansilla echa  a los gringos, luego se va, luego su hijo viaja gastando oro por leer gringadas, luego su hijo muere en tierras donde el culto es a Isis. Ciudad cuyo nombre “sería el resultado de la yuxtaposición de Per/Par-Isis, palabra que designa las ciudades de Egipto”.
            Pero para seguir alimentando este culto parisio tenía que rellenar mi billetera. Soy o era orfebre. Y si uno es o era orfebre, siempre tiene algo de metal, precioso metal, para vender.  Pero  mis  épocas en la calle Libertad se tiñeron, además de trabajo manual, de un gastadero de dinero en libros usados, los cuales yo me proveía en las librerías de viejos de la avenida corrientes.  La avenida Corrientes-para los adictos a los libros- es como un acuario para el fanático de los peces. No sé a qué iba eso, pero no ahorré mucho en mi vida orfebreril : gastos culturales y maritales. Aunque algo me quedó: aprendí de la calle, de los negocios de judíos y armenios, de turcos, y de argentinos  rapiditos; toqué la copa América y supe hasta de la barra brava de Independiente.
            Me contacté con un sabio amigo, Federico Merlo, orfebre, músico y gran seductor. Sabrán imaginarse en él, una gran y divertida compañía. No es un gran lector,-sencillamente ese es su punto débil-, pero quedó fascinado cuando le mencioné las cosas de Mansilla y Paris y mi empirismo monetario que evidenciaba dos cosas: no tenía dinero para ir a Europa y ahora era un hombre con una billetera de cuero. Eso le gustó aún más. Me invitó una cerveza en su terraza y luego me hizo saber que había que pesar todo ese “chatarrerio” de metales que iba a vender. “Deben ser más o menos un kilo de plata y algunas cositas más de oro”. (Sí, iba a vender  hasta las cadenitas por mis sueños parisinos de Mansilla). “Conozco un pelado armenio que compra lo que quieras, le compra a todos los chorros, así que pesamos la cosas y le llevamos todo y te garpa en el momento” “París. Te digo que me voy con vos eh”. Algo es algo. Partimos a lo del muchacho armenio que oh casualidad habitaba en una joyería de la calle Libertad.
            Las manos del pelado estaban sudadas, vestía bien, como todo hombre que ande en algo raro y poco honesto. Zapatos en punta, deliciosos, pantalón ajustado y una camisa de algodón de alta calidad y sin marca visible, lo que la hacía más bella. Y un detalle particular, que me obsesionó al instante: tenía un pañuelo punzó, tal como el que usaba Lucius Victorius Imperator.  Pensé en preguntarle si era un buen federal, pero me descubrí errado históricamente… Patrañas… El hombre estaba tenso, no había nadie en la joyería. Saludó y habló cosas triviales con Federico y luego de guiñarle el ojo a una mujer  que con todo juicio de valor era una puta, y estaba – yo recién la veía-  sentada en una silla alta tras el mostrador, alejada de nosotros tres.
            Puso las piezas pequeñas en la balanza chica, aplicó la solución, limó un poco: “oro”. “Lo otro es plata ¿no?”, “si”. “Pedazos grandes, los peso atrás”. Recién ahí se traslució el toque armenio, toque parecido al judaico, pero perfectamente distinguible – no sé cómo, nunca me gustó la lingüística-, “Sí, sí”. “Mucha plata”. “Sí, para un viaje, ya salgo”. Iba a seguir hablando pero recordé la ley del negocio breve: poco ruido es mejor. El armenio dijo el precio de la plata primero: “seis pesos el gramo hacemos”, la rubia sonreía –luego Federico me dijo que era muda- “Ok”. Luego dijo el del oro: “trece pesos el gramos hacemos”. Asentí  sin pensar en el dinero. El trece me sorprendió: “muere en París en 1913”. El armenio punzó desapareció en segundos de nuestro rango visual. Ahora la billetera tenía más “Rocas” que nunca. Tantos, que no entraban. No pensé para nada en mi viejo cuchillo de plata, ni en el oro ni nada. Estaba conjurado como les sucedió  “en 52 a. C. A los romanos cuando tomando la ciudad, la rebautizaron  llamándola Lutecia (Lutetia) y la reconstruyeron durante el siglo I en la orilla izquierda del río Sécuana (Sena)”. A esta altura todo era una señal. El problema era que Federico estaba concentrado, se sentía que una chispa iba a salir de su cabeza.
            Salimos caminando por Libertad. Yo, figura obvia, ya estaba en mejor condición económica, por prudencia no diré el monto con el que transitamos esas calles de San Nicolás.  Quiero decir, podría invitarle a Federico  una buena cerveza con un tostado: ustedes dirán esta gente gasta más de lo que tiene. Y sí, Federico, sabio anfitrión hasta de calle, me facilitó una rica malta. En un lugar característico, de aire carero, que no se distancia mucho tampoco de los locales donde uno va a comprar el estéreo que le robaron el día anterior, sabiendo que allí va a estar. Entramos al café.
            _ Ahora a las seis viene el negrito.
            _ Ah, el negrito, no lo llamé no sabía a qué hora salía.
             _ Descuidá, está todo calculado papá_.  Ese acento en la a, tan característico de Federico, me recordaba la chispa que había percibido anteriormente al salir de la joyería del pelado armenio. No voy a mentir, cuando Federico tiene algo en mente es capaz de seducirnos y arrastrarnos por cualquier alcantarilla; yo lo votaría, si es que no fuera tan neo-liberal, aunque pensándolo bien no es neo-liberalismo: es desinformación. Federico tomó apenas un sorbito de la cerveza, sus ojos oscuros formaban dos círculos perfectos.
            “Mirá esa colita, viste lo que es, qué injusta es la vida, sabés esas abogaditas lo que deben garchar, dios mío, qué lindo. Bueno esperá. Paris y quíen era este… Mansilla. Necesitás más guita para ir allá, calculá el euro. Yo le debo como cinco lucas a un Ruso que vende metales en Once. El viejo ya no me puede ni ver. Pero una de las hijas, la que atiende, una rusita, que está para chuparse los dedos, no sabés lo que es… Me tira onda…Y…
            Ya me veía venir algo por el estilo, y ya entendía el hecho de citarnos a mí y al negrito. Esto no me preocupaba, Federico posee esa tendencia al divague, al negocio rápido y a las empresas fabuladoras. Más me preocupaba mi dinero amontonado en mi billetera y bolsillos.  Ya no le estaba prestando atención. Federico seguía…
            _ La tengo muerta a la rusita, entonces… Ah, no te digo ya tengo todo  estudiado; ella está en el negocio los lunes y los jueves. Entonces, sigamos… Tengo plata baja, un montón que me habían cagado unos  truchos que fundían, hay que llevarle la plata baja, que es un montón y ahí yo saldo la deuda, ahora. ¿Dónde está el negocio?
            _ ¿Pero vos escuchas lo que decís?, el viejo ese te va a asesinar, yo no pienso tener nada que ver con cagar a nadie y menos a un viejo ruso que vende metales.
            _ Pero vos, porque no viste a la rusita, tiene una carita de putita, y unos ojos celestes.
Ay Lucio, este no es mi Santiago Arcos, pero es tan chamuyero como aquel. Federico seguía hablando de música y de mujeres, parecía haber olvidado el asunto del ruso. Ya era tarde. El Negrito debía estar retrasado, mi reloj marcaba las siete. Las siete, es ese horario en que el centro nos recuerda lo que es verdaderamente. Los abogados huyen a sus lindas casas lejanas, los borrachines entran al bar y luego se van tarde a sus casas. Algunas putas salen de los privados para fumar un cigarrillo, tienen que prepararse para una noche de trabajo. Es una hora mágica, de repente, no hay ruido, la calle se tiñe de mugre, los cartoneros avanzan con los carritos y frenan en las esquinas donde la basura de las papeleras es algo vital para ellos. Federico ahora se pone melancólico, yo también: “Qué cosa eh, de repente no hay nadie”. Pum. Vacio.
En ese instante algo triste, pero verdadero, entra un sujeto moreno, no muy alto, ni gordo ni flaco. Viste de camisa Dior, bombacha de campo y alpargatas negras: un gaucho 2.0, un gaucho- ciudad. Este hombre, es el último hombre que siente fervor federal, el último que fue a un acto patrio con una cinta roja pegada, imantada a los colores celeste y blanco de la escarapela. Ese es  Nahuel Carrizo, gran platero y lector de historia y derivaciones gauchescas. Nos saludo a ambos con un “hermano”, pidió un fernet con soda y se despachó.
_ ¿Y qué andan haciendo paisanos?
Le comenté que Federico deseaba estafar a un viejo ruso. Acto seguido Nahuel se mostró reacio a los caracteres soviéticos y a favor de la estafa. Estos sujetos suelen ser raros, despotrican graciosamente contra los judíos, armenios, rusos, bolivianos, paraguayos, negritos y demás, pero siempre saben que lo que dicen lo dicen como “hablados por la lengua”. Hasta yo, ser noble  humano y crítico puedo llegar a ser reaccionario. En fin  en algo acordamos, las rusas son lindas y no sería amoral estafar a alguno de estos platudos.
Cuando le conté mi sueño de Mansilla a Nahuel, este se mostró conmovido y me dijo que la excursión le había sacado casi lágrimas y lo había mantenido en vilo a cada capítulo. Podríamos titular a esto, escenas de la audacia folletinesca. En efecto, leyendo “Ranqueles” uno se transforma en una especie de adicto a Mansilla y cae  rendido en el diseño. Claro, ahí está: la escritura folletinesca con sus efectos de misterio y duda, con su medida de información es sin lugar a duda un artificio no solamente necesario para una novela por entregas, sino una  estrategia formal interesante y atemporal.  Compárese con la escritura en Blogs, esta a veces se trata de relatos sólidos y únicos, pero siempre hay cruces de información entre una entrada y otra. El folletín, al igual que Una excursión a los indios Ranqueles no murió. (Véase el blog de Daniel Link: Linkillo).
Nahuel, en ese instante produjo un hechizo en la mesa. Su vaso ya estaba vacío, su vaso de Fernet;  sólo el hielo habitaba, a grandes pedazos, en él.  Sacó, en un ademán resuelto y fuerte,  su libro favorito, Cancionero del tiempo de Rosas. En una medida infinitesimal de tiempo, abrió resueltamente el libro en la página que él quería y empezó a recitar su poema favorito- casualidad- escrito por un contrera:
Mira gaucho salvajón
que no pierdo la esperanza
y no es chanza
de hacerte probar que cosa
es «Tin Tin y Refalosa»
ahora te diré como es:
escuchá y no te asustés
que para ustedes es canto
más triste que viernes santo
Unitario que agarramos
lo estiramos o paradito nomás
lo agarran los compañeros
por supuesto, mazorqueros
y ligao con maniador doblado
ya queda coco con codo
y desnudito ante todo
¡Salvajón!
Aquí empieza su aflicción
luego después a los pieses
un sobeo en tres dobleces
se le atraca
y queda como una estaca
lindamente asigurao,
y parao lo tenemos
clamoriando y como medio chanceando
lo pinchamos y lo que grita
cantamos «la refalosa y tin tin»,
sin violín.

Pero seguimos al son
de la vaina del latón
que asentamos el cuchillo y le
tantiamos con las uñas el
cogote.
¡Brinca el salvaje vilote
que da risa!
...............
Finalmente:
cuando creemos conveniente,
después que nos divertimos
grandemente, decimos que al salvaje
el resuello se le ataje;
y a derecha
lo agarra uno de las mechas
mientras otro lo sujeta
como a potro de las patas
que si se mueve es a gatas
Entretanto nos clama por cuanto santo
tiene el cielo;
pero ahí nomás por consuelo
a su queja
abajito de la oreja
con un puñal bien templao
y afilao
que se llama quita penas
le atravesamos las venas
del pescuezo
¿Y que se le hace con eso?
larga sangre que es un gusto,
y del susto
entra revolver los ojos
...............
¡Que jarana!
Nos reímos de buena gana
y muy mucho
al ver que hasta les da chucho;
y entonces lo desatamos
y soltamos;
y lo sabemos
parar para verlo
refalar ¡en la sangre!
hasta que le da calambre
y se cai a patalear,
y a temblar
muy fiero, hasta que se estira
el salvaje; y lo que espira
le sacamos una lonja que apreciamos
el sobarla y de manea
gastarla De ahí se le cortan las orejas,
barba, patillas y cejas;
y pelao lo dejamos
arumbao,
para que engorde algún chanco,
o carancho.
...............
Con que ya ves, Salvajón
Nadita te ha de pasar
Después de hacerte gritar
¡Viva la Federación!

Nahuel verdaderamente leía su poema con gran sentido del ritmo, juraría por mi amada, que cuando este leía se transportaba, sentía la realidad del poema, su sangre, su toque humorístico. Entendía quién era Ascasubi, un “veleta” -miembro fundador de lo que luego sería el teatro Colón-, pero algo iba más allá en este poema, era quizás ese efecto bufo que nombra Lamborghini al tratar la gauchesca, pero no de una forma para-estatal, sino que en Nahuel, el poema es enteramente Federal, con toda su crudeza y violencia. El tema, para él, supera su sentido. Demás está decir que el último “¡Viva la federación!”  Fue dicho como si estuviésemos en épocas a pleno mazorqueras. Teatro de la viva, vida de teatro.
Salimos del bar, a eso de las nueve de la noche, todos decididamente entonados. Federico seguía hablando sobre estafar al  ruso. Yo, mientras encendía un cigarrillo pensaba únicamente en que no olieran mi aliento a cerveza al regresar a casa. Sí, soy muy mojigato en el fondo, o no; algo mucho más sencillo: odio mentir. “ Si me das una cerveza más voy, lo cago al viejo y encima me garcho a la hija”. No hace falta decir quien decía eso. Carrizo al darme un saludo se movió como para un costado y me dijo:
_ Memoricé un pasaje de Ranqueles que se me metió de lleno hermano_. Se me acercó un poco, Federico fumaba a unos metros de nosotros. Y con ojos ardiente, entrecerrados  me dijo:
“ Aquí, todo aglomerado como un grupo de moluscos, asqueroso, por el egoísmo.
Allí, todo disperso sin cohesión, como los peregrinos de la tierra de promisión, por el egoísmo también.”

2
Allí estaba Mansilla, el dinero ya lo tenía. Hacía frío. El aburrimiento burgués suele ser  temible, sobre todo para la gente, para los jóvenes de clase media. Sí, soy malo, soy heterodoxo con mi propia clase. ¿Acaso uno puede vivir conformemente en su casa pensando que todo va bien? No, pero también  –contradicción- me gusta levantarme y escribir. Perdónenme esta parrafada fifí.  A su vez, Lucio era un hombre contradictorio, propuso una vez, siendo diputado, la reducción de la dieta de los funcionarios, y nadie –hablando en criollo- le dio bola. Otra: fue un militar de los que  tenían visión moral y hasta ética del género humano;  un militar que fue a vivir con el indio y el gaucho para ganar su confianza. Mansilla no fue a fusilar y cuando fusiló lo hizo sin titubeos. Fue sobrino de Rosas, fue alguien que gozaba de dormir en el pasto y fue un “señor cada vez más aseñorado”. Y mansilla, claro está, prefería los indios y los gauchos a la inmigración. Pero esto es como decir que Sarmiento era un facho. Voy a ser tautológico y voy a bancármela, préstenme atención – que ahora tengo una billetera gorda producida por metal vendido ilegalmente-: Sarmiento es Sarmiento. Ahora cambien lo siguiente por el segundo Sarmiento del anterior enunciado gramatical. Era, o quiso ser, un progresista. Sarmiento miró hacia la potencia del norte y lo defendió: civilización y barbarie. Mal no estaba eso. Mansilla quiso ser un bárbaro civilizado. ¿Más conservador? Sí, un señor en París ¿y? Recuerden que esto es producto nuevamente tautológico. Mansilla desde Mansilla, París por París. Ahora, y estoy dispuesto a hacer un largo, largo párrafo, siempre cuando uno escribe se pregunta: ¿a quién le escribe?  Muchos dirán que le escriben a los académicos, a los jóvenes, a la clase media, a la sociedad neoliberal, a los peronistas, a los socialistas, a los reaccionarios, a la gente estúpida, a la gente que se cree inteligente pero siempre se rinde al mercado, a la gente de izquierda en general, a los locos psicoanalistas literatos, a los literatos frustrados [1], a los poetas, a los libreros, a los fanáticos de la literatura mágica y Harrypotterera, a los radicales, a Claudio María Domínguez, a los eruditos, a los Roger Peyrefitte…Creo que no importa mucho saber a quién se le escribe. Digamos algo así, el mercado existe, y la literatura, es eso que los que leen mucho dicen que es LITERATURA; es para unos pocos, para ellos mismos que dicen eso, y yo me incluyo. Ah, casi termino la elefantiásica parrafada y aun no digo mi teoría sobre el público. Sería esto: el estilo de lo que se escribe va moldeando en las primeras páginas- preferentemente- el público o los lectores posibles. Y varía en un espectro considerable: desde una tía que puede leer  a Butor, a otra tía que al recibir La modificación  y acto seguido de leer cinco páginas con vital desconfianza y mal humor, nos revolea el libro por la cabeza con tanta mala suerte de que estamos en invierno y a nuestro lado hay una estufa de esas que imitan las estufas a leña... La modificación arde en llamas y no queda nada de ese precioso y formal libro, sólo sus oscuras y grises cenizas. 

3
Estoy sentado en  el umbral de la casa de Federico, mis manos están heladas y me doy cuenta de lo mucho que me gusta el frío. Saboreo el poder llevar mi sacón negro, mi bufanda multicolor tejida y una zapatilla muy canchera de lona o, si estoy de salida o finjo buscar trabajo: mis zapatos negros en punta.  Qué dandi. Ahora hace más frio y Federico parece no responder a mis llamados vía timbre. ¿Habré tocado bien? Vuelvo a tocar el timbre cerciorándome de que sea efectivamente el departamento y vuelvo a sentarme y taparme la boca con la bufanda. Tengo ganas de fumar, pero hace frió. Soy un ser contradictorio, me gusta fumar, me gusta el frío, pero no voy a arriesgar mis preciosas manos. No hoy. Y viene al pelo una cita de nuestro amado Mansilla que al hablar de unos guantes de castor nos dice: “tengo la debilidad de cuidarme demasiado quizá las manos”… Cierro abruptamente el párrafo.
Decía, o mejor dicho, meditaba que a veces me gustaría haber nacido  en el siglo XIX, ser escritor, mejor dicho lo que todo escritor en el fondo desea: ser un dandi-escritor-aristocrático. Y aquí entra Lucio. Yo puedo disfrutar del fútbol, jugar de 2 y hacerme el caudillo a los gritos, puedo tomar millares de cervezas con cualquiera que me caiga simpático, cualquier paraguayo o peruano o boliviano, los conflictos raciales no me van. Disfuto de esto  al igual que puedo disfrutar de la lectura de Baudelaire, de Faulkner, de Pauls, de César Aira. Puedo ir a la vernisagge de una muestra de Joseph  Beuys o convertirme en fanático del trip hop. Soy sí, una víctima posmoderna y eso me apena. Nunca lo quise así, pero somos lo que hacen de nosotros y basta ser conscientes de ello.  Pero, digo, que es por estas razones que admiro a Mansilla, alguien que puede ser un gaucho vestido con chupines a la última moda en París, alguien que puede comer con toda la crema en el Club del Progreso y también puede bolear un avestruz, dormir en el piso, brindar quinientas veces con un ranquel… Mansilla y yo somos seres políticos, diplomáticos; lo que no quiere decir que nunca halla trompadas, o duelos a muerte. Mansilla  sigue vistiendo tanto de  “levita abotonada y sombrero alto, de copa puntiaguda” como de poncho y capa. Duelos: me fijo en los nombre de Juan Chassaing  y  Pantaleón Gómez. Imposible olvidar a Mármol en el teatro. Y dirán… 
 ¡Ah!… Dirá una académica, es horrible compararse con semejante personaje, literato, sobrino de Rosas, veterano de la guerra del Paraguay. ¿Y? Yo le contesto: me comparo con quien quiero y a Mansilla lo quiero, lo estimo como a un amigo. La Literatura es venganza, mentira y verdad, ya sea personal o histórica, formal o sociológica.
Federico no venía, pero era normal, siempre me hacía esperar. Siempre que sale es como una mujer, se lava, se mira, elije las prendas etc. Me acomodé como pude en los escalones del umbral, un auto rojo que pasaba  rápido me recordó la santa federación. Bostecé; una mujer, vestida de negro y con bufanda imitación de piel de animal, al pasar junto a mi me miró fijo. su cara, algo redonda, no denotaba la edad, era juvenil, algo rubia, pero la cara era la cara de… ¡Era  Doña Agustina Ortiz de Rosas! La misma cara. ¿Estaba loco?  No, soñando quizás. Ahora entraba como en una vigilia de ojos abiertos…
 El niño Lucio frecuenta la pandilla de Julían Murga, son el terror  infantil de criados, criadas y comercios. En 1848, es un joven romántico, un huidizo. Se fuga con una francesita de 16  a Montevideo. Lo detienen, chau francesa, chau recitados sensuales al oído. Lo mandan a laburar a lo del tío Prudencio. Allí, medio lo juntan con Catalina, su prima y futura esposa. Lucio, yo no creo que hayas renunciado alguna vez a la carne de francesita. Mis ojos creen ver algo… De vuelta en  Buenos Aires, en el saladero de su familia, se produce un saqueo a la paterna biblioteca neoclásica. Lee en francés  “El contrato social” de Rousseau. Acto seguido, su padre los despacha con montañas de oro a la India. Mucha gringada para ser un federal, eso es un padre progresista. Entre 1850 y 1851 visita Calcuta, Chandernagor, Benarés, Lahore, Delhi, un poco del Himalaya, Egipto, Suez, Constantinopla, París, Londres, Edimburgo, Windermere. A fines de ese año regresa a Buenos Aires. Luego de Caseros hay nuevos viajes, o mejor dicho exilios, esta vez  en familia; y llegan hasta Inglaterra a visitar al Restaurador.
Se casa en 1853 con su prima catalina, Lucio tiene 21 años, ella 19. Su bautismo literario es en 1855 y recibe el nombre “De Adén a Suez”. Dos años más tarde ya se lanza al periodismo primero en “El Chaco”, luego “El Nacional Argentino”  en 1859 ya le encuentra el gustillo a la política: participa de la  oposición a Derqui. Ese mismo año aparece su diario “La Paz”. En 1861 “se inclina hacia la política de Buenos Aires, lo que decide su carrera militar. El coronel Emilio Mitre lo toma de secretario y Mansilla ingresa, como capitán de guerra, al ejército de línea con destino en Rojas”. El bautismo de armas es el 17 de septiembre en la batalla de pavón. Algo asombroso y que habría que estudiar detenida y seriamente: Mansilla escribe entre 1863 y 1868 gran cantidad de obras militares, traduce una “Historia de la caballería francesa” y  traduce “Servidumbre y grandezas militares” de Alfred de Vigny.  Lucio:  un estratega militar de primer nivel.  ¡Hasta promueve a Sarmiento para candidato a presidente! Y el hombre, casi ni le agradece…
1870 es quizás el año de Mansilla. Año también de problemas con Domingo Faustino. “Su actividad periodística, al margen de sus funciones militares, y una excesiva independencia en sus negociaciones con los indios le valen una amonestación de Sarmiento”. Igualmente, de la internación a los toldos del cacique y sobrino  del restaurador Mariano Rosas nace nuestra obra maestra de la literatura Argentina. Sí, una obra que es meditabunda, divertida, folletinesca, profunda, sociológica,  filosófica, antropológica y políticamente lo opuesto a cómo se resolvió la cuestión India en nuestro país. Hablemos del Martín Fierro sí. Pero aquí está otra posibilidad de país, otra visión. Visión que un sobrino de aquel que muchos llaman tirano y dictador nos legó. Mansilla sin lugar a dudas abrigó muchas contradicciones, pero su humanidad, su diplomacia, su calidad literaria, honor y moral son indiscutibles. Estas cosas, que parecen tontas y aburridas, son casi un juego poético en 2012. Y lamento mucho que suceda así. Perdón por la melancolía…  “Una excursión a los indios ranqueles “se publicó por entregas  en el periódico  “La tribuna” y a fin de año salió en libro “con el agregado de cuatro cartas finales y un epílogo”.
Tiemblo, vislumbro la cara de Agustina Ortiz de Rosas, la mujer más linda de todo Buenos Aires. Tengo frío en los pies, en las manos, en la espalda, entreabro los ojos y me doy cuenta de que estoy algo babeado, no sé si estoy en Cordóba y Pueyrredón en 1870 o en el 2012. Me tumbo para atrás, y apoyo la espalda contra la puerta de madera, una vieja puerta de madera. En el fondo de mi cabeza todavía veo a Mansilla subiendo a la planchada del río Támesis, ya anciano, llevando señorialmente un bastón y un sombrero en un acorde perfecto con su larga barba puntiaguda, es Londres, 1903… De pronto, ¡pam!  La puerta se abre y yo caigo para atrás. Veo la cara de Federico dada vuelta:
_ Epa, estabas tirado  como un linyera.
_Me quedé como dormido, también… Con lo que tardaste…
_ Andá, si tardé un minuto_. Con algo de dificultad, me levanté y sacudí el polvo que había manchado la espalda de mi sacón. Federico cerró la puerta de su casa y nos dirigimos hacia Pueyrredón, enfilando para el subte. Estaba algo anonadado con lo sucedido. ¿Soñé todo eso? ¿Soñé con la cara de Agustinita y con la vida de su hijo Lucio? Era un misterio. Ya casi ni pensaba en París, aunque sabía que tenía que ir. Federico caminaba y hablaba rápido sobre una rubia y el ruso y algo que había hecho ayer. Yo no lo escuchaba para nada. La vigilia me había pegado duro…
” Te digo que ayer fui a ver a la rubia hija del ruso, porque el ruso nunca está los lunes,-planeaba secuestrar a la rubia-  pero chis, resulta que apenas entro al local, la mina me dice no se qué y se va para  el fondo. Yo me quedé ahí quieto, mirando una vitrina. De repente sale el  Ruso con un palo de no sé qué mierda si era baseball  o  golf –por ahí el ruso como tiene guita juega al golf- no sé… El asunto es que el viejo, apenas me vio me empezó a putear en ruso, o en algo que parecía ruso porque yo no entendía nada.  Seguía puteando cuando –ahí le entendí perfecto- me dijo “pendejo de mierda, la guita una cosa, la hija otra”, y  el palo me pasó un centímetro, boludo, a un centímetro del naso. Hizo mierda la vitrina de vidrio que yo estaba mirando un segundo antes, y yo, al errarle el viejo a mi naso, me fui corriendo como un hijo de puta…
“Soldado que huye sirve pa otra guerra”…
La historia, por donde la mirase, verdadera, no me sorprendía. Era algo que solía pasar con Federico. Así como sus planes iban de mayor a menor rápidamente, las acciones de las cuales el era participe o sufriente en este caso, iban también del infantilismo adolescente a la gravedad mafiosa en la misma velocidad… Yo seguía pensando en Mansilla.
Mansilla Mansilla, Lucio Lucio.  Seguíamos  por Pueyrredón hacia el subte. Ahora el problema eran mis papeles para llegar hacia la otra luz, Paris. Esto me hizo recordar algo de una erudición enciclopédica que contrastaba mucho con la vulgaridad de mi querido amigo que me seguía relatando algo sobre el ruso, sólo que esta vez, el foco no era el ruso sino su blonda hija. “El gentilicio de los habitantes de París es «parisino» que en francés se dice parisien [paʁizjɛ̃]. A veces, los franceses que viven fuera de París se refieren a sus habitantes como parigots  [paʁigo], pero el término incluso ha sido adoptado por los parisinos y ya no tiene la connotación despectiva de ayer”. Ruso o no ruso yo ya estaba más con un pie afuera, un pie delicado, claro está, que con un pie en Pueyrredón. Pero cuando todos se preguntan cómo terminar algo que uno  ni siquiera se sabe bien cómo ha empezado, allí cae el destino  –algo en lo que siempre me cuesta creer- pero en este ejercicio se ha hecho notable.
El viento ahora era más cálido, seguramente ya era casi mediodía. Estábamos cruzando una calle cualquiera de ese barrio tan raro, Balvanera, Barrio Norte, Once: una zona de límite.    El momento en el que cruzamos esa calle fue un momento crucial ya que cuando todavía estábamos en el asfalto, sin esa seguridad que entrega la vereda a cualquier peatón, sentimos un grito áspero, que venía de atrás. Era el ruso; escucharlo y verlo ante nosotros vestido de un negro impecable pero con ese aspecto de oso gigante y bárbaro dispuesto a cortar  nuestros penes, rociarlos con vodka y saltearlos al estilo Lecteriano fue todo uno. Gruñía: “grrrrr”. Daba miedo; y el hecho de insultarnos en ruso rodeaba de un extrañamiento poético toda la escena. Obviamente estaba furioso y tenía el palo de golf. Hizo un gesto como diciéndole a Federico que se dispusiera a luchar. Era un tema de honor. Casi mágicamente sacó de su saco un palo de golf plegable, con un sistema parecido al de las cañas de pescar telescópicas. Ahora él bárbaro tenía dos palos, era un doble peligro. Yo miraba a Federico como buscando algún plan salvador. En ese momento el ruso le lanzó un palo de golf a Federico y lo incitó a la lucha mano a mano. Yo, caballero como soy, no me entrometí. Me dispuse una máxima interna: solo me metería si Federico corría peligro de muerte.
Federico agarró el palo como si fuese algo que no era extraño a él y lanzando un grito de guerra se puso en guardia frente al ruso.  La lucha había comenzado.  Los palos eran usados como espadas y la técnica era algo así como una esgrima golfística. El ruso era rápido pese a su tamaño; casi no había gente ni autos, pero un grupito de niños y algún que otro viejo ya estaban apostando por “el grandote”. Hasta lanzaban algún que otro “dale rubio matálo” cosa que me ofendió  un poco. Yo ya estaba en la vereda de enfrente, casi apoyado contra el cartel que decía el nombre de la calle. El espacio de lucha era el asfalto. Los autos ya se estaban juntando de a poco y empezaban los bocinazos. Federico lucia cansado, de pronto se resbaló al intentar un ataque a la panza del ruso. Yacía casi a mi lado, su palo de golf estaba detrás de mí, la caída lo había depositado detrás mío. El ruso ya se disponía a arremeter contra la humanidad de mi amigo, venía en una carrera de odio dispuesto a asesinarlo. Federico agotado por la lucha, me miraba como no comprendiendo el hecho de perder la vida frente a un animal. Sus ojos melancólicos parecían decirme “todo por una rubia”. El ruso ya estaba casi sobre la cabeza de Federico dispuesto a rematarlo. Una brisa fría me penetró por el cuello del sacón. Miré el nombre de la calle: Lucio N.Mansilla. ¿Una bendición? No podía dejar morir a mi amigo ante el padre de mi Lucio. Tomé en un segundo el palo plegable que estaba atrás y le pegué un palazo certero al palo del ruso. Este, al ver mi acción se sorprendió un poco. Yo, había roto el código de lucha, el uno contra uno. Gritó un alarido al aire y justo en ese momento una moto que se había cansado de esperar el desenlace de la lucha lo arrolló. La sangre brotaba de la cabeza inerte del Bárbaro ruso. Federico me abrazaba. Parecíamos dos mosqueteros.
Lucio Norberto salvó a Federico. Escribo ahora, sentado en uno de los tantos café de la avenue Victor Hugo. No sé cómo llegué;  no puedo dejar de pensar obsesivamente en cómo este señor se fue haciendo cada vez más aseñorado. Hay algo en la literatura de Mansilla que se comunica mágicamente,  que posee una expansión mágica, metafísica; y a la vez se ve físicamente en su forma, en su sintaxis abigarrada, algo que se disgrega en ese método de raíces temáticas que confluyen tarde o temprano  en algún sentido final. La seducción de Mansilla es esa contradicción entre señorío victoriano y moralismo salvaje. Y a todo el mundo le pasa que estando en Paris perdona todas las “orgía de alta gama” y condena todos los infiernos argentinos.
                                                                                        Ladislao Serrano. 9 de abril de 2012.


[1] : Podríamos decir en tono dulce aunque con cierta melancolía y tristeza que todo literato es un hombre frustrado y citamos a David Viñas diciendo que “pretender la autonomía de la literatura era como pretender la autonomía de Puerto Rico”. Descuiden, trataré de no ser Posmoderno en el resto de este escrito cuyo género misterioso sabrán definir. Yo, claramente no puedo, sino hubiese escrito una novela sobe Mansilla o una novela sobre París o una novela sobre mis amigos y el engaño y robo a un vendedor de metales ruso y un secuestro a su hija rubia y puta…

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