Edgar se levantó pesado. Todavía un gusto
amargo a remedio en la boca, y los dientes con una fina capa de sarro por
olvidar el lavado. Miró el paquete. Lo eludió fácilmente pero el recuerdo del
hijo y el freezer aumentó la tensión y prendió el cigarrillo. Las doce y media.
Sale a las doce. Una llegada tarde mas y lo perdía. Quizás en el colegio no le
avisen a la madre, dios quiera que no le avisen. Fue hacia la puerta, estaba
despeinado. No causaría buena impresión en las autoridades, en ninguna
autoridad. Así son todos: patanes lógicos. Uno trabaja con sus horarios y sus
cositas y cuando no coinciden con los demás, chau tenencia, hola miradas raras
y desaprobadoras.
El la había conocido hace doce años, y
ahora estaba limpio. Su mujer le pidió el divorcio luego de que su otro
matrimonio-el químico- se hiciera imposible. Clara lo había amado, pero no eran
muy soportables los humores de un adicto, aún cuando no era violento. El nunca
fue violento. Más bien un tonto bueno. Un tonto propio. Lo malo de no consumir
era la pesadez, esa falta de estado propio que le trae la medicación. Su hijo
era lo único que quedaba, vivía tres días con él y el resto con su madre. Ahora
por su propia estupidez disfrazarían cualquier cosa de gravedad. No entendía
qué problemas le causaba a su hijo. No podía levantarse eso es todo. No veía
gravedad en eso. No veía el peligro. Aunque Clara buscaba y sí veía eso.
Abrió la puerta y salió fumando. Hacía tres
meses que no tocaba bocado, y la medicación le daba sueño. Ahora fumaba mucho,
por ansiedad. Sentía el pecho pesado. Empezó a caminar rápido. Lo bueno, si es
que había algo en toda esta minúscula aventura era que no podía llegar más
tarde, la escuela estaba a tres cuadras. Una mujer lo saludó con la vista, a su
lado colgando literalmente de un brazo, una nena chiquita venía por el aire,
más adelante, firme y seguro, el hijo mayor con una mochilla con rueditas; unos
10 años. Era un compañero de Alan. Ahora había testigos, tres humanos.
Alan estaba en la puerta solo.
_ Hey, ¿Cómo andás?_ El chico lo miró fijo
y sonriendo. Su padre es su padre.
_ Bien.
_ ¿Te vio alguien…? esperándome…
_ No te preocupes, hice que me iba y las
auxiliares entraron._ Ahora agarraba a Edgar de la mano y se encaminaban a la
casa. Odiaba darle la mano a cualquier mayor, solo lo hacía con su padre, no
tenía vergüenza de él.
El chico, ya se había acostumbrado a mentir
por su padre y a protegerlo, sabía que si él no lo protegía nadie lo haría. Era
sumamente inteligente. El mejor del curso. También sabía que su gran promedio
de notas, que nunca bajaba, era algo sospechoso en un caso como el suyo, padres
separados, padre adicto… La palabra del juez sonaba en la cabeza de ambos: “Una
llegada tarde más y lo pierde.” A él no le importaba nada la llegada tarde,
solo la palabra juez, era importante. Aunque compartía con su progenitor esa
inteligencia tonta, libre de malas intenciones, inteligencia que olvida los
acechos de terceros.
Iban
por la primera cuadra. El padre sostenía el cigarrillo con la mano derecha y
agarraba a Alan con la izquierda. A veces se rascaba un poco la cabeza y tiraba
distraídamente un poco de cenizas sobre Alan. Iban despacio. Pararon a comprar
algo de comer en el almacén de Don Mario.
_ ¿Qué llevamos?
_ No sé, jamón y queso no, que fue lo de
ayer_. Dijo Alan.
_ ¿Te parece salame y queso? O salchichón
primavera.
_ Bueno. Agarro pan lactal.
_ ¿Otro día a sanguche Edgar?_. Dijo Don
Mario.
_ Es verdad_. dijo Edgar. Mejor llevemos
fideos y una salsa, dejá el pan lactal, o no, mejor llevalo. Deme dos Jockey
común.
_ Sólo para usted_. Contestó Don Mario cotidiano.
Salieron del almacén, la calle estaba desierta, no había nadie. Ni chicos, ni viejas, ni madres.
Salieron del almacén, la calle estaba desierta, no había nadie. Ni chicos, ni viejas, ni madres.
Edgar encendió otro cigarrillo. Alán
llevaba las bolsas, su padre la pesada mochila. No sabía qué decirle. Quizás
mereciera que se lo sacaran. El no podía darle de comer dignamente. Los fideos
tomaban el lugar de un plato gourmet. Recordó cuando Alan había nacido. Clara
era feliz, y él era feliz aún con pocas cantidades, y podía mantenerse estable.
Todas sus finanzas estables. Ahora escribía poco y lo único que quedaba era un
contrato miserable por una novela que aún no había empezado a escribir.
_ ¿Hay mucha tarea?
_ No. Una cosa de sociales y unos
ejercicios de matemática.
_ Después de comer la hacemos_. Edgar sabía
que para evitar su estupidez era bueno pluralizar las acciones. Definitivamente
era un tonto inteligente.
A la tercera cuadra ya estaban en casa.
Ambos tuvieron un alivio que duraría hasta que los fideos se hicieran. Apenas
entró a la casa Alan subió las dos persianas, la del frente y la del fondo.
_ Ah es que me levanté tarde y no subí las
persianas.
_ Es que mamá siempre me dice que hay que
ver un poco el sol, aparte para hacer la tarea…
_ sí, es verdad.
Edgar puso sal gruesa en una olla y luego
la dejó al fuego. Alan se estaba lavando las manos en el baño. Por reflejo y
sin saber porqué Edgar abrió el freezer. Ahí estaban congelados desde hacia
tiempo seis bolsitas. Las había puesto ahí cuando decidió dejar. Él lo había
hecho solo por si algún día necesitaba un poco, solo un toque por la dudas.
Cerró de golpe el freezer. Sintió nauseas y estaba transpirándose. Encendió un
cigarrillo. Ahora Alan estaba sentado en la mesa.
_ ¿Ponemos la mesa?
_
Dale_. Dijo Alan mientras se levantaba y se acercaba a la cocina.
Edgar le pasó los vasos que estaban en la
alacena que el chico no alcanzaba y luego puso dos tenedores y dos platos.
_ ¿Te molesta comer sin mantel?
_ No.
_ Es que no me acuerdo… Debe estar en el
lavadero_. El cigarrillo se terminaba, estaba llegando al filtro. Lo apoyó en
el cenicero, sacó otro con un golpe en la parte de atrás del paquete y usando
el cigarrillo anterior encendió ese. El agua hervía, puso los fideos.
_ ¿Qué raro que no llamó mama no?
_ Me dijo ayer cuando hablamos que llamaba
a las 2. Cuando llegara del trabajo.
_ Mejor la llamamos nosotros_. Dijo Edgar,
luego marcó el número de Clara y le pasó el tubo a Alan. Este le transmitió que
había llegado bien a la casa del padre. Se sintieron unos segundos vacios. Alan
puso una cara seria. Luego colgó el teléfono.
_ ¿Todo bien?
_
Si_. Alan se movió inquieto en la mesa.
Los fideos ya estaban listos. Edgar los
coló y los mezcló con la salsa enlatada en una sartén.
Ahora ambos estaban comiendo. Se miraban en
silencio, sintieron que el aire les pesaba. Edgar encendió otro cigarrillo
luego del primer plato. Pensaba en el freezer. En un toque, sólo un toque. Pero
luego viendo los pelos negruzcos de Alan, se dio cuenta que un toque, lo
dejaría idiota, más tonto de lo que era por drogarse. Las medicaciones no lo
dejaban en buen estado, pero un toque llevaría a otro toque y ese a otro, y
luego al bajo flores a buscar más.
_ Alan, te amo.
_ Yo también papi.
Terminaron de comer en silencio. Ese era su
amor, el silencio. Quizás un amor de tontos:Un Amor al fin.
Alan
fue al baño, Edgar al freezer, agarró las bolsas y se las metió rápidamente en
los bolsillos de los pantalones. Alan salió del baño y se puso a hacer la
tarea. Edgar miraba a su hijo escribir. Lo miró media hora, encendió un
cigarrillo y fue al baño.
Se miró al espejo un instante. Estaba
transpirando, y su cara se confundía con el humo del cigarrillo que yacía en el
mármol del lavabo. Se dio vuelta hacia el inodoro, sentía que iba a vomitar
pero sabía que era necesario. Era desprenderse de cicuta dulce. Se vació los bolsillos, eran seis bolsitas
llenas. Las tiró al inodoro y después tiró la cadena. Miró de vuelta y había
dos bolsas nadando en el agua. Tiró nuevamente la cadena y no quedó nada.
Respiró profundamente el humo del cigarrillo y salió.
Alan
estaba en la mesa, seguía concentrado haciendo la tarea. Cuando llegó a su
lado, se miraron. Edgar le sonrió, pero la cara del chico era seria. Edgar agarró
el cenicero y se sentó en el sillón. Pensó que al fin iba a estar tranquilo una
vez en su vida, cuando sonaron dos timbrazos fuertes. Edgar se paró y abrió la
puerta. Era clara. Quiso saludarla, pero esta entró bruscamente gritándole.
_ El juez te dijo que una vez mas y listo…
Edgar por lo visto sos un pelotudo. Alan, agarrá la mochila que vamos.
_ Pero má… Papá llegó bien a buscarme…_.
Edgar se acercó a Alan y dijo nervioso:
_ Es verdad Clara. Llegué bien.
_ La directora me llamó hoy a las doce
diciéndome que no estabas ahí, y vos no mientas pendejo. Tu papá ya es grande
para que…
_ Pero fue solo media hora… Te juro que con
los remedios no puedo…
_ Basta, vamos.
Clara manoteó a Alan, este saludó al padre
rápidamente y se fueron. Edgar sintió rabia, asco, pena, ganas de salirse de la
piel. Transpiraba. Se llevaron a su hijo y no pudo hacer nada, ni siquiera
hablar razonablemente, estaba sedado…
Fue corriendo a la cocina, y abriendo
violentamente el freezer se dio cuenta
que había hecho la tontería más grande de su vida.
L. Serrano. 2010.
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