viernes, 4 de enero de 2013

EL DÍA DE LOS TONTOS



     Edgar se levantó pesado. Todavía un gusto amargo a remedio en la boca, y los dientes con una fina capa de sarro por olvidar el lavado. Miró el paquete. Lo eludió fácilmente pero el recuerdo del hijo y el freezer aumentó la tensión y prendió el cigarrillo. Las doce y media. Sale a las doce. Una llegada tarde mas y lo perdía. Quizás en el colegio no le avisen a la madre, dios quiera que no le avisen. Fue hacia la puerta, estaba despeinado. No causaría buena impresión en las autoridades, en ninguna autoridad. Así son todos: patanes lógicos. Uno trabaja con sus horarios y sus cositas y cuando no coinciden con los demás, chau tenencia, hola miradas raras y desaprobadoras.
     El la había conocido hace doce años, y ahora estaba limpio. Su mujer le pidió el divorcio luego de que su otro matrimonio-el químico- se hiciera imposible. Clara lo había amado, pero no eran muy soportables los humores de un adicto, aún cuando no era violento. El nunca fue violento. Más bien un tonto bueno. Un tonto propio. Lo malo de no consumir era la pesadez, esa falta de estado propio que le trae la medicación. Su hijo era lo único que quedaba, vivía tres días con él y el resto con su madre. Ahora por su propia estupidez disfrazarían cualquier cosa de gravedad. No entendía qué problemas le causaba a su hijo. No podía levantarse eso es todo. No veía gravedad en eso. No veía el peligro. Aunque Clara buscaba y sí veía eso.
     Abrió la puerta y salió fumando. Hacía tres meses que no tocaba bocado, y la medicación le daba sueño. Ahora fumaba mucho, por ansiedad. Sentía el pecho pesado. Empezó a caminar rápido. Lo bueno, si es que había algo en toda esta minúscula aventura era que no podía llegar más tarde, la escuela estaba a tres cuadras. Una mujer lo saludó con la vista, a su lado colgando literalmente de un brazo, una nena chiquita venía por el aire, más adelante, firme y seguro, el hijo mayor con una mochilla con rueditas; unos 10 años. Era un compañero de Alan. Ahora había testigos, tres humanos.
     Alan estaba en la puerta solo.
     _ Hey, ¿Cómo andás?_ El chico lo miró fijo y sonriendo. Su padre es su padre.
     _ Bien.
     _ ¿Te vio alguien…? esperándome…
     _ No te preocupes, hice que me iba y las auxiliares entraron._ Ahora agarraba a Edgar de la mano y se encaminaban a la casa. Odiaba darle la mano a cualquier mayor, solo lo hacía con su padre, no tenía vergüenza de él.
     El chico, ya se había acostumbrado a mentir por su padre y a protegerlo, sabía que si él no lo protegía nadie lo haría. Era sumamente inteligente. El mejor del curso. También sabía que su gran promedio de notas, que nunca bajaba, era algo sospechoso en un caso como el suyo, padres separados, padre adicto… La palabra del juez sonaba en la cabeza de ambos: “Una llegada tarde más y lo pierde.” A él no le importaba nada la llegada tarde, solo la palabra juez, era importante. Aunque compartía con su progenitor esa inteligencia tonta, libre de malas intenciones, inteligencia que olvida los acechos de terceros.
      Iban por la primera cuadra. El padre sostenía el cigarrillo con la mano derecha y agarraba a Alan con la izquierda. A veces se rascaba un poco la cabeza y tiraba distraídamente un poco de cenizas sobre Alan. Iban despacio. Pararon a comprar algo de comer en el almacén de Don Mario.
     _ ¿Qué llevamos?
     _ No sé, jamón y queso no, que fue lo de ayer_. Dijo Alan.
     _ ¿Te parece salame y queso? O salchichón primavera.
     _ Bueno. Agarro pan lactal.
     _ ¿Otro día a sanguche Edgar?_. Dijo Don Mario.
     _ Es verdad_. dijo Edgar. Mejor llevemos fideos y una salsa, dejá el pan lactal, o no, mejor llevalo. Deme dos Jockey común.
     _ Sólo para usted_. Contestó Don Mario cotidiano.
     Salieron del almacén, la calle estaba desierta, no había nadie. Ni chicos, ni viejas, ni madres.
     Edgar encendió otro cigarrillo. Alán llevaba las bolsas, su padre la pesada mochila. No sabía qué decirle. Quizás mereciera que se lo sacaran. El no podía darle de comer dignamente. Los fideos tomaban el lugar de un plato gourmet. Recordó cuando Alan había nacido. Clara era feliz, y él era feliz aún con pocas cantidades, y podía mantenerse estable. Todas sus finanzas estables. Ahora escribía poco y lo único que quedaba era un contrato miserable por una novela que aún no había empezado a escribir.
     _ ¿Hay mucha tarea?
     _ No. Una cosa de sociales y unos ejercicios de matemática.
     _ Después de comer la hacemos_. Edgar sabía que para evitar su estupidez era bueno pluralizar las acciones. Definitivamente era un tonto inteligente.
     A la tercera cuadra ya estaban en casa. Ambos tuvieron un alivio que duraría hasta que los fideos se hicieran. Apenas entró a la casa Alan subió las dos persianas, la del frente y la del fondo.
     _ Ah es que me levanté tarde y no subí las persianas.
     _ Es que mamá siempre me dice que hay que ver un poco el sol, aparte para hacer la tarea…
     _ sí, es verdad.
     Edgar puso sal gruesa en una olla y luego la dejó al fuego. Alan se estaba lavando las manos en el baño. Por reflejo y sin saber porqué Edgar abrió el freezer. Ahí estaban congelados desde hacia tiempo seis bolsitas. Las había puesto ahí cuando decidió dejar. Él lo había hecho solo por si algún día necesitaba un poco, solo un toque por la dudas. Cerró de golpe el freezer. Sintió nauseas y estaba transpirándose. Encendió un cigarrillo. Ahora Alan estaba sentado en la mesa.
     _ ¿Ponemos la mesa?
     _ Dale_. Dijo Alan mientras se levantaba y se acercaba a la cocina.
     Edgar le pasó los vasos que estaban en la alacena que el chico no alcanzaba y luego puso dos tenedores y dos platos.
     _ ¿Te molesta comer sin mantel?
     _ No.
     _ Es que no me acuerdo… Debe estar en el lavadero_. El cigarrillo se terminaba, estaba llegando al filtro. Lo apoyó en el cenicero, sacó otro con un golpe en la parte de atrás del paquete y usando el cigarrillo anterior encendió ese. El agua hervía, puso los fideos.
     _ ¿Qué raro que no llamó mama no?
     _ Me dijo ayer cuando hablamos que llamaba a las 2. Cuando llegara del trabajo.
     _ Mejor la llamamos nosotros_. Dijo Edgar, luego marcó el número de Clara y le pasó el tubo a Alan. Este le transmitió que había llegado bien a la casa del padre. Se sintieron unos segundos vacios. Alan puso una cara seria. Luego colgó el teléfono.
     _ ¿Todo bien?
     _ Si_. Alan se movió inquieto en la mesa.
     Los fideos ya estaban listos. Edgar los coló y los mezcló con la salsa enlatada en una sartén.
     Ahora ambos estaban comiendo. Se miraban en silencio, sintieron que el aire les pesaba. Edgar encendió otro cigarrillo luego del primer plato. Pensaba en el freezer. En un toque, sólo un toque. Pero luego viendo los pelos negruzcos de Alan, se dio cuenta que un toque, lo dejaría idiota, más tonto de lo que era por drogarse. Las medicaciones no lo dejaban en buen estado, pero un toque llevaría a otro toque y ese a otro, y luego al bajo flores a buscar más.
     _ Alan, te amo.
     _ Yo también papi.
     Terminaron de comer en silencio. Ese era su amor, el silencio. Quizás un amor de tontos:Un Amor al fin.
      Alan fue al baño, Edgar al freezer, agarró las bolsas y se las metió rápidamente en los bolsillos de los pantalones. Alan salió del baño y se puso a hacer la tarea. Edgar miraba a su hijo escribir. Lo miró media hora, encendió un cigarrillo y fue al baño.
     Se miró al espejo un instante. Estaba transpirando, y su cara se confundía con el humo del cigarrillo que yacía en el mármol del lavabo. Se dio vuelta hacia el inodoro, sentía que iba a vomitar pero sabía que era necesario. Era desprenderse de cicuta dulce.  Se vació los bolsillos, eran seis bolsitas llenas. Las tiró al inodoro y después tiró la cadena. Miró de vuelta y había dos bolsas nadando en el agua. Tiró nuevamente la cadena y no quedó nada. Respiró profundamente el humo del cigarrillo y salió.
     Alan estaba en la mesa, seguía concentrado haciendo la tarea. Cuando llegó a su lado, se miraron. Edgar le sonrió, pero la cara del chico era seria. Edgar agarró el cenicero y se sentó en el sillón. Pensó que al fin iba a estar tranquilo una vez en su vida, cuando sonaron dos timbrazos fuertes. Edgar se paró y abrió la puerta. Era clara. Quiso saludarla, pero esta entró bruscamente gritándole.
     _ El juez te dijo que una vez mas y listo… Edgar por lo visto sos un pelotudo. Alan, agarrá la mochila que vamos.
     _ Pero má… Papá llegó bien a buscarme…_. Edgar se acercó a Alan y dijo nervioso:
     _ Es verdad Clara. Llegué bien.
     _ La directora me llamó hoy a las doce diciéndome que no estabas ahí, y vos no mientas pendejo. Tu papá ya es grande para que…
     _ Pero fue solo media hora… Te juro que con los remedios  no puedo…
     _ Basta, vamos.
     Clara manoteó a Alan, este saludó al padre rápidamente y se fueron. Edgar sintió rabia, asco, pena, ganas de salirse de la piel. Transpiraba. Se llevaron a su hijo y no pudo hacer nada, ni siquiera hablar razonablemente, estaba sedado…
     Fue corriendo a la cocina, y abriendo violentamente el freezer se dio cuenta que había hecho la tontería más grande de su vida.
                                             L. Serrano. 2010.

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