MENTA
GRANIZADA
A L. Carrozzo por su inspiración.
No tenía la sensación de
frío. Mejor dicho, tenía el sentimiento
del frío, hacía calor. Hacía calor y tenía que hacer algo. Caminó suave hasta
la parada del colectivo. Esperó un rato a que llegase, el bolso era pequeño: se
había propuesto no llevar mucho. Llevaba una mochila con el logo de un club de
fútbol, una mochila roja, amplia, cómoda, pero no exagerada como esas mochilas
estúpidas y sin personalidad que usa todo el mundo. Ahora todo el mundo se cree
un explorador: llevan carpas –de montaña-, zapatillas –de montaña-, pero tienen dinero, suficiente
dinero para pasarse un mes en un hotel cinco estrellas. “Pero es mejor la
mochilota”, pensarán. En su caso no. Era la mochila pequeña cómoda, de primera
marca, eso sí. Las marcas. No tenía sensación
de calor. Hacía calor. Un calor de cagarse. Tenía una chomba azul, de primera
marca también. Se preocupó un poco, era tarde. Luego recordó que el colectivo,
también azul, siempre tardaba. Se calmó al darse cuenta de que en realidad iba
a ver al psicoanalista no para analizarse sino para pagarle. Quién puede no
pagarle a su analista, a su psicoanalista. También llevaba un morral. Se
preocupó por el morral, era lindo, marrón, de marca, pero trucho. ¿Qué pasa?
Era eso, la sensación de que sus prendas, su chomba, su mochila, todo; su
pulsera de plata, su cadena de plata, no lo representaba para nada. O, al
menos, no representaba a su cerebro. Pensó en lo difícil que hubiera sido
plantearle esto a su psicoanalista. Hacía un año que no se analizaba. Más bien,
su análisis era una especie de aventura poética. Le fascinaba eso: analizarse
sabiendo lo que iba a analizar. El colectivo azul venía a lo lejos. Hacía mucho
calor, pero al ver el colectivo azul venir, al darse cuenta de que pasase lo
que pasase iba a dirigirse a lo de su psicólogo, su analista, y le iba a pagar,
lo iba a saludar, lo iba a palmear fraternal incluso, iba a darle un beso, lamentó que el colectivo se
estuviese acercando. ¿Desde cuándo los hombres se besaban aquí? Recordó que
desde que era adolescente besaba a sus amigos, no solo a sus amigos, sino a
conocidos. Se sintió raro, nada iba a impedir que le pagara al analista. Ni su sensación, ni el colectivo, ni su
mochila ni nada. El colectivo iba lleno.
Adentro del colectivo
empezó a sentir cómo la mochila, y gracias a algo que no llevaba una mochila de expedicionario de montaña, le
hacía sudar poco a poco pero a ritmo firme, la espalda. La espalda se le iba
sudando. La gente lo miraba. Lo miraban extrañados.
No parecía alguien que se fuera de viaje. Faltaba la mochila gigante o los
bolsos incómodos –gigantes- o alguna valija: los desorientaba. Los desorientaba
la chomba, la mochila de fútbol, los anteojos de sol, el jean arremangado.
Usaba jean: todos los pecados juntos.
Estaba mojado, pero
cómodo. Se sintió aún más cómodo al ver a un garitero, que anteriormente
trabajaba cerca de su casa, totalmente destruido. El hombre tenía la cara algo
achatada y los ojos entrecerrados. “Todo un escritor”, tuvo la sensación. Estaba borracho desde hacía algunos
días. Razonó eso al ver que el hombre, al que nunca antes había visto en ese
estado, -y únicamente recordaba su voz fina que a veces le pedía cigarrillos
cuando se cruzaban en la calle- tenía la camisa abierta casi hasta el ombligo,
y llevaba un bolsito. Otra prenda que
descoloca a la gente. La gente miraba mal tanto a él como al garitero. A uno
por tonto y a otro por borracho. Pero, en el fondo de su cabeza, en el recuerdo
de algún sueño, el sabía que lo miraban con desconfianza por el hecho de la mochila. El sabía, tenía la certeza, de
que miraban con desconfianza al garitero borracho por su bolsito, no por su
borrachera o su camisa abierta. El garitero se bajó.
El se bajó apenas dos
cuadras después. Ahí ya nadie podía mirar ningún bolso molesto. Al bajar
recordó que justo ese día que no tenía tiempo, había hecho lo que siempre hacía;
se bajaba en la avenida. Se bajaba en la avenida, y este bajarse en la avenida,
implicaba, que, -como estas comas- debía dirigirse caminando –al pedo- hasta el
consultorio del psicoanalista. Un caminar innecesario,
una caminar inútil como la mochila
que el llevaba o su morral o el bolsito del garitero, o innecesario como
el helado de menta granizada, o el
vino rosado. Había un tío, mío o del protagonista, que tenía una teoría: 90 por
ciento de tinto, 5 por ciento de blanco y ¿quién carajo toma vino rosado? Puro
marketing decía. Era una teoría interesante. Pero caminar innecesariamente bajo
este calor. No era el día. No era necesario. Además, así como llegó al
edificio, el psicoanalista bajó, subieron juntos, charlaron un poco, le pagó,
charlaron otro poco-el psicoanalista estaba vestido casi igual a el- y se
dijeron “felices fiestas”, se fue. Parecía que no iban a volver a verse nunca
más. Hubiese sido un buen saludo el “felices fiestas”, si es que no se veían más,
alguno de los dos moría, o alguno de los dos hacía un viaje largo, verdaderamente largo. Esto era un viaje apenas largo, un viaje para pasar año nuevo en otro lugar.
Ahora, tenía que caminar
hacia la avenida nuevamente. Pensó en que le gustaría tener una hija. Se daba
cuenta de que las pocas personas que leían poesía eran los viejos y las
mujeres. Las mujeres jóvenes, las pendejas, leían mucha poesía. No dejaban de
perseguirlo. Ahora bien, el sabía que el viaje innecesario de vuelta hacía la
avenida iba a ser aún peor que la ida. La temperatura había subido ligeramente.
Y la sensación ya no era de calor,
era un escalofrío. Escalar el frío, eso era una buena palabra: escalofrío.
Diversas variaciones de frío. Cuando se dio cuenta ya estaba en la avenida. El
tiempo no existe, es un fenómeno azul o celeste, verde, innecesario.
Cuando uno camina pensado estupideces; cuando uno camina pensado o hablando
rápido casi sin mirar a la gente, el tiempo no existe: estaba en la avenida. El
tiempo era un magma celeste, como el cielo. Ya estaba en la avenida.
El colectivo esta vez era
verde con vivos rojos. Y nadie lo
miraba. Nadie lo hacía, es verdad. El sol quemaba. Recordó que tenía un libro apretado en su morral, iba a
llevar un único libro a su corto
viaje. Era un libro de mujer, un libro de poesía escrito, hecho, dictado por
una mujer. Era de una de las autoras de moda, digamos. Una de las pocas autoras
de moda que valían la pena. Se dio cuenta de que le gustaría tener un hijo con
la autora del libro, autora a la que tenía que entrevistar en apenas cuarenta
minutos. Estaba algo retrasado, pero el sol, el calor, y esa sensación le hacían creer que iba a llegar temprano o que iba a
llegar tarde pero que no iba a haber nada malo en ello. Recordó otra teoría:
los que ganan son los despelotados o los que llegan sobre la hora: los
puntuales nunca. Era una teoría rusa. ¿O una teoría argentina? En el colectivo verde nadie lo miraba porque iba casi
vacío. Casi vacío era raro, dada la hora. Es que seguramente la gente se había
ido el día anterior. Ahora, para estas fiestas de fin de nuevo año había un
feriado largo. Vacaciones pacifistas. Vacaciones sin gente sin bolsos grandes. Abrió el libro. Ya lo
había leído, ya tenía preparadas –en su mente- algunas preguntas y algunas
preguntas por si todo fallaba –las escritoras son impredecibles- anotadas en un
cuadernillo rayado, amarillo, anillado.
Leía cosas, pero no
estaba leyendo. Ya no tenía sentido seguir leyendo nada; ya había leído el
libro –el último libro de la escritora- y toda su obra y había leído casi toda la obra de los autores
favoritos o aquellas marcadas influencias
a las que respondía, o, parecía responder, la escritora. Casi leía, pero no
podía. El libro era bello, fino, el fondo era negro y en el centro, debajo del
nombre del autor y arriba del título del volumen había un dibujo verdoso que se asimilaba a un cucurucho. Se asimilaba, porque
efectivamente, el dibujo no era un cucurucho. De nuevo el tiempo. Todo era
relativo, parecía que no pasaba nada. Parecía que el no iba a hacer ningún
viaje, que su micro no iba a salir por la plataforma 25 a 45 de retiro con destino
a Mar Del Plata, el 29 de diciembre del
año 2012, a
las 24 horas, 10 minutos. No parecía, pero su incomodidad, la sensación extraña, la mochila y el
morral, confirmaban lo contrario.
El tiempo también
confirmaba su inexactitud. Ya que ahora, parecía casi como si no hubiese pasado
ni un minuto, arriba del subte, viajando en el subte, bajo la tierra. Pasaban
las estaciones rápido una a una. El tren, que también iba vacío, como el
colectivo verde, estaba todo pintado
con graffitis del lado de afuera. Eso dificultaba visualizar cada estación a la que se llegaba y se partía.
Pero había viajado muchos años: era un viaje de memoria. Lo que no había visto
nunca antes era el verde del cartel con la letra de la línea de subte a
la que pertenecía el tren. El cartel era verde,
el cartel con el que uno rápidamente, siendo extranjero o no estando
familiarizado con el sistema de colores adoptado por cada líne de subte, podía
visualizar. También eran verdes las
letras Times New Roman – ni siquiera
pagaron una tipografía original- que componían los nombres de cada estación,
sobre un fondo blanco.
Estaba casi decidido a
abrir el libro y leer un poema, el poema del comienzo, aquel
que funcionaba como poética, prólogo o proemio al poemario. Ese era en verdad
un gran poema, que contrastaba con los siguientes por su redondez y madurez,
por su música y color, por las escasas pero atrevidas metáforas, por el sagaz
uso de la aliteración, alejado de cualquier infantilismo. Iba a leerlo, pero
con todo lo que pensaba acerca del poema, disfrutaría mucho más de una
relectura del libro entero subrayando temas y buscando otros recursos, cercano
al mar, en la playa o en el micro, en el baño de la casa cercana al mar, o de
madrugada, algo borracho, aprovechando el sueño de todos… Antes de salir, le
pareció, solo le pareció, que un líquido verdoso
recubría el borde de goma negra de las puertas del subte. Lo quiso tocar, tuvo
la sensación de tocarlo…
Lo siguiente que recuerda
es verla erguida, con unos lentes de sol antiguos, robados del estilo de Las Ocampo. El único rasgo sobresaliente, el
único quizás era un pelo algo largo, entre rubio y rojizo. El pelo contrastaba
con su flacura. La piel era blanca. Debía tener unos 35 años, según la solapa
del último libro. Pero era mentira, no parecía de 35, parecía de 19 y parecía
un pendejo de pelo corto que se divierte disfrazándose de mujer: eso parecía.
Se saludaron. Extrañamente, la escritora sonrió. Tardaron dos cuadras caminando
vagos, ella sin nada, el, con mochila y morral.
Pensó en hablar sobre
algo o en decir lo mucho que le había gustado el último libro. El cucurucho de la tapa. El calor, que en
pleno centro era mayor y la sensación,
el escalofrío le hicieron no hacer ni
decir nada. Acordaron en que la entrevista se haría en el primer lugar oscuro,
bar o restaurante, que se cruzaran. Pensó en lo irresponsable que era al no
haber programado esos detalles. Ganan los despelotados o los previsores, nunca
los puntuales: una buena. No tenía nada que ver la imprevisión con su postura,
con su mochila o el morral, con el hecho de que justo se iba de viaje –lo había
olvidado- el día en que había pactado una entrevista.
Se sentaron. El llevaba
lentes de sol y apenas entraron al bar se los sacó. Oscuro es mejor, oscuro es
el gusto de la escritora. Ella no se quitó los modelo Ocampos en toda la
entrevista. Iban bien en su cara. No tenía frío, tampoco calor. El lugar estaba
decorado con un estilo muy artístico pero no había cerveza, no había ninguna
marca de cerveza que no fuera mejicana. Cómo puede suceder esto; cómo puede ser
que no haya cerveza – la cerveza mejicana era agua para él- en un lugar que se
llama como un artista reconocido por haber estado hasta en las estampillas de
los juegos olímpicos de Barcelona 92. Y se sabe que el 90 por ciento de los
artistas, además de tomar vino tinto, son alcohólicos o consumen alguna droga o algo por estilo.
La entrevista con la
escritora se había dado en dicho bar, luego de un diluvio. Solo una gran
cantidad de lluvia y bebedores pueden acabar con la cerveza nacional. No deben
haber entregado cervezas por fin de año. Pero claro, eso era una idiotez. Quién
se privaría de vender unos cuantos litros de cerveza. Fin de año, es, desde
hace mucho mucho tiempo, la fecha donde todos beben, incluso beben, a fin de
año, aquellos tontos que no beben en todo el puto año. No podía ser… Pero la escritora era, existía, estaba sentada. Sentía una música. La música era esa sensación que lo molestaba desde que
había salido, desde que esperaba el colectivo azul, desde que subió al
colectivo verde, desde que bajó al
subte verde. Los colores lo estaban
mareando. Ahora era el momento para soltar música, para hacer algo con eso. Justo
ahora, justo en este momento tan verde:
la escritora. Y la escritora comenzaba a caerle bien. No hablaba o, mejor
dicho, no hablaba mucho. Realmente hablaba, el tema era que estaba esperando a
que le hagan la entrevista… Brutalmente buscó su celular y el grabador en el
morral. La mano palpó primero un bloque rectangular, poroso y cubierto de un
papel plástico. Luego, siguió hurgando y dio con el celular y un grabadorcito
chiquito. Los puso a ambos en la mesa. Ambos artefactos grabarían la
entrevista. El aire se calmó, el calor se calmó, la música se calló.
_ Bueno, dijeron que se
terminaba el mundo pero todo eso es una mentira…
_ Todo lo que se pueda
decir es mentira.
_Abramos el juego, ¿qué
hizo ayer a la noche?
_ ¿Ayer a la noche?...
_ Sí .¿Está escribiendo
algo ahora?
_Me puse a pintar con
pasteles, en una cartulina grande, apoyé mis pies y los pinté… Y, escribía
cosas al lado de la pintura todo el tiempo, era como una mezcla…
_ Y esta… Digamos, yo sé
que usted… Emm… Leí toda su obra…Soy un admirador suyo, pero digamos… Yo, no
sabía de esta faceta suya… De artista pictórica. ¿Lo puede explotar más o es un
hobby de entre casa?
_ Es sólo un hobby de
entre casa, porque realmente son pinturas muy bobas, es solo porque me hace
sentir bien.
_ Es como una catarsis…
_ Mmm sí, puede ser. Es
como un disfrute: no pensar.
_ Y… ¿Qué está leyendo
últimamente?
_Qué estoy leyendo, AUEI…
Y… Los cuentos de Silvina Ocampo. los Cuentos Completos de Silvina Ocampo
_ ¿Alguno que me
recomiende?
_ Basta con el usted… El
del sombrero metamórfico que cambia a las personas.
_ ¡Ay que lindo! No lo
leí nunca…
_ Sí, es hermoso. Trata
de un sombrero inglés que aparece y como que la gente lo encuentra y el
sombrero se escurre de todos lados, hasta que aparece en una sombrerería y la
gente iba, se lo ponía y se les transformaba el cuerpo. Me gustó
particularmente porque hay una parte, que dice que lo encuentran unos nenes,
que se peleaban por el sombrero, y el nene dice que si el se lo pone es Juana
de Arco, y la nena dice que si ella se lo pone es Enrique VIII.
_ Jaja, genial.
_ Por eso, más que nada,
me gustó ese cuento, y lo recuerdo.
_Y en cuanto a… Bueno, yo
creo que hay similitudes entre la obra de Silvina Ocampo y tu obra…
_ No creo, Silvina Ocampo
es capaz de escribir un millón de cuentos ficticios y yo, no…
_ Pero… ¿Vos creés que
los cuentos de Silvina Ocampo son todos ficticios?
_No todos, pero tantos
cuentos, tanto… Sí, o sea, tiene una capacidad, creo, para crear, yo… A mi me
cuesta mucho.
_Hay un cuento muy bueno
de ella que está en El Pecado Mortal, el único libro digamos que leí bien bien
de ella…
_ Es el único libro,
ahora estoy leyendo los Cuentos Completos, y tengo sus Obras Completas, pero el
único libro libro que tengo es El Pecado Mortal.
_ El Pecado Mortal es un
gran libro y hay un cuento, no me acuerdo el nombre, que ella hay como un asesinato
perfecto no sé si lo leíste, pero creo que ese asesinato, es lo que ella
hubiese deseado hacer con su marido, para mí.
_ Sí, por supuesto, puede
ser, de todos alguno tiene que ser…Pero hay que tener capacidad…Son muchísimos
cuentos…
_ Era una gran escritora.
_ Sí y ella, tiene la
habilidad de crear cosas…
_ Bueno, pero la
habilidad del escritor es el crear con sus experiencias también. Un escritor
decía que en un momento el no tenía mucha obra escrita y… Le decían que el
tenía que escribir, y el decía que su vida era su obra…
_Los escritores son
egocéntricos…
_ Y bueno… Pero, después
sí, se dedicó a escribir. Igual, volvamos… Te saco de tema… El relato
autobiográfico… Creo que eso marca mucho tu obra, tu poesía incluso… ¿Qué
pensás de Marguerite Duras?
_ Leí un solo libro, que
me gustó, más que la historia, su redacción, el modo en que narraba. Un
narrador que cambia constantemente de tiempo y se entiende. A mi esas cosas… Yo
no tengo facilidad…
_ Duras es muy poética
también, si bien no sé si ella escribió poesía…Pero es poesía pura para mí. Es como muy adictiva Duras, ¿no te pasó que
cuando leías decías: si escribo ahora, así, voy a escribir como Duras?
_Sí, es cierto. Tiene
como una agilidad muy especial.
_ Esa cosa entre
fragmentaria… Bueno… Tu último libro
está teniendo mucho éxito en las librerías… Raro en poesía…¿Qué estás
preparando? El otro día hablé con tu editor León Noserrá. Estaba un poco
desquiciado…
_ ¿Porqué estaba
desquiciado? ¡Ese hombre!
_ No sé…
_ Es raro.
_ Estaba ahí comiendo una
pizza, y estaba puteando, sobre todo porque no se podía fumar en los espacios,
decía, en ningún espacio… Bueno… ¿Ya tenés algún libro firmado, pactado,
contratado?
_ No…No me gustan los
contratos.
_ ¿No?
_ No, no puedo firmar…
_ ¿Y cómo se manejan?
Digo, con tu editor…
_ Y… Yo le mando las cosas
a Leo… Y el…
_ ¿Quién es Leo?
_ Mi editor, lo acabás de
nombrar…
_ ¡Ah!
_ Yo lo llamo así, desde
que somos jóvenes.
_ ¿Se conocen hace mucho?
_ Bastante…
_Dicen que el está... Que
tienen una relación rara los dos…
_ No hay palabras para
describir sensaciones así…Hemos
tenido nuestros momentos, pero cada uno va buscando su lugar, y nos solemos encontrar…
_ Mmm…Bueno eso lo vamos
a borrar de la entrevista obviamente no va a salir…
_Jmjmjm…
_Pero a ver…Bueno… Qué te
puedo preguntar, me estás dejando sin labia…Es difícil entrevistar a una mujer
así… Me inhibí me inhibí, ahora sí, ahora vuelvo… Creo que voy a tomar un poco
de esta cerveza…Emm. Me gustaría que me nombres un poco… De la literatura... ¿Qué
es la literatura para vos? Y: ¿cuáles son tus héroes literarios?
_ Qué es la literatura…
_ Sí y cuáles son tus
héroes literarios…
_ La literatura para mi,
hoy, es otra ramificación del arte, pero es con la que yo me siento más
comprendida…
_ ¿Identificada?
_ Sí, pero comprendida
más que identificada. La pintura me gusta, me encanta pintar y aprecio a
pintores que me gustan, pero nunca llego a sentir tal vínculo como el que
siento con la escritura, ni siquiera con la música.
_ Ah, pero hablás de la
escritura, te sentís muy atraída, digamos, por el hecho material de escribir,
no sólo por la literatura, sino por el…
_ Por el hecho material
de escribir, y por la sensación que me da leer a otras personas. Leer y
escribir.
_ ¿Escribís a mano
siempre o en la computadora?
_ ¡A mano siempre! En la
computadora poco, cuando tengo que pasar algo, pero prefiero a mano o en
cualquier papelito.
_ Es interesante eso que
decís, hay pocos escritores que ahora escriban a mano, debe ser porque no se
entienden sus letras…
_ No hay más placer que
escribir en cuadernos, con pluma, y tinta, y que se corra… Si bien el papel
también puede desaparecer, escribir en la computadora me parece algo como muy
en el aire… No puedo escribir en el mismo lugar que tengo cualquier
pavada…Prefiero, es más fácil guardar todo lo importante en el mismo lugar, en
un cuaderno…
_ Entiendo entiendo
y…Emm…Hablemos de tus héroes literarios. No te me escabullas.
_ Mis héroes literarios…
_ Buenos sos joven… Tus
gustos…
_ No me gusta la palabra
héroe.
_ Tus gustos de hoy de
ayer de nunca. No sé.
_No me atrevo a decir
algo definitivo…
----------------------
_ ¿Leés poesía?
_ Leo poesía…No sé. Me
tomo mi tiempo, no es que estoy todo el tiempo leyendo cosas. Podría pero no lo
hago porque no me agrada. A mi me gusta leer algo cuando realmente siento… He
leído mucho a muy pocos autores.
_ ¿Y esos autores?
_Hoy, estos días, son:
Pizarnik, Silvina Ocampo, Baudelaire…
---------------------
_ ¡Pavada eh! Casualmente
hay dos mujeres…
_Sí pero no creo que
tenga que ver… He pensado en mi afinidad hacia las mujeres escritoras, pero
creo que es casualidad. Creo que leo igualmente a hombres y mujeres… Puedo leer
el trabajo de hombres y mujeres por igual.
_ No es que las idolatrás
digamos…
_… Puedo leer el trabajo
de hombres y mujeres por igual. También me gusta Leo, mi editor…
_ Ah… ¿Sí? Yo, lo poco
que leí de el no me gusta para nada. Me resulta un poco exagerado, a veces
melancólico, cursi…
_ Justamente, eso es lo
que me gusta… Es difícil calificar las cosas de alguna manera, porque, por lo
menos si es… Todos somos tantas cosas…
_ Sos bastante
posmoderna: sujeto elidido, descentralizado…
_ Sí, pero si es algo que
se da naturalmente…No puede ser o cursi o melancólico o algo: es así…
_ A la vez, sos bastante
clásica en tus gustos literarios…No veo nada demasiado extraño…
_ Es que no…¿A qué te
referís con extraño?
_ No sé…
_ No pienso en que algo
puede ser extraño, es típico…Algo va a ser extraño depende quién lo lea o a
quién le guste o con quién lo compares…
_ ¿A quién te gustaría
matar?
_ A mi.
_ Jajaja. Nada mejor que
un escritor suicida, ¿no?Jaja.
_ A mi, no podría a otro…
Me gusta pensar en matar al otro, pero no como un hecho. Lo que sí me resulta
fascinante es el hecho de saber que cada ser humano puede decidir cuándo
terminar con su vida. Eso me encanta. Ahí somos realmente libres.
_ Eso es muy interesante.
Es muy saludable pensar en eso, dicen.
_Me gusta saber que
mañana, si yo no quiero más…Y no podría tomar esa decisión por otro jamás.
_ Me parece bastante
piola eso, exaltar el suicidio… El pensar en el suicidio, pensar en la
capacidad de morir es muy saludable.
_Hace años, no me agradada
el suicidio, es más, pensaba que la gente que tomaba esa decisión era hasta... ¡Mediocre!
: ¿Porqué uno no va a vivir más? Después, me di cuenta de que era algo hermoso,
propio y libre y que la vida no es más que un color.
_ Me gustan tus lentes,
esos vidrios verdes… Se ha vinculado
tu obra con el arte conceptual… ¿Cómo te llevás con ese vínculo?
_ Me fascina el arte
conceptual… Fiso Lleca me marcó desde
que conocí su trabajó. Me fascinó su transparencia, hay gente que la imita
bastante, pero no logran esa cosa directa. Un poco esa es la manera en que yo
escribo, donde lo simple termina siendo algo que no es cotidiano en la manera
en que se plantea. Me gusta mucho y a mí me gusta mucho la combinación de
técnicas, digamos: escribir, pintar, la fotografía con la pintura.
_ ¿No creés que está
volviendo el artista al estilo humanista, renacentista, ese artista integral
que no diferencia mucho entre pintura, literatura, filosofía?
_Ese tipo de preguntas
yo… A ver: “que está volviendo”, ¿qué
quiere decir? Nunca lo sé… Tal vez siempre estuvo y antes no se manifestaba o
uno no lo sabía. Es difícil para mi aceptar cómo la Historia del Arte…
_ No creés en la Historia del Arte…
_ No, no creo para nada.
Bueno, está bueno saber… Te ponen un nombre y uno lo relaciona y está bien…
Pero ponerle fechas a esas cosas me parece hasta estúpido, porque no sabemos
cosas de los que no fueron conocidos. Por ay uno es renacentista ahora o lo fue
o no lo es nunca porque esa palabra es ficticia.
_ ¿Vos creés que las
palabras son ficticias?
_A veces sí, me encantan,
las amo, pero como todo fetichista…
_ ¿Qué le dirías a
alguien para que se acercara a tu obra?
_ No lo invitaría a
acercarse, le diría que se quede en su cama…
_ ¿En su cama? Tu
literatura es buena para leer en la cama…
_ No sé, no me
gustan las cosas objetivas…No puedo ser
objetiva conmigo.
_ ¿No te leés?
_ No más que un par de
veces…¿Cerramos?
_ Emm sí… Perdón estaba
distraído hoy, desde que salí de casa… Y vos… ¿Te puedo preguntar algo?
_ Sí, dale.
_ ¿A quién se le ocurrió
lo del dibujo verde de la tapa? El que
parece un cucurucho, un helado verde…
¿A la editorial, a vos, a tu editor?
_ ¿Tenés el libro acá?
Porque te juro que en la tapa del libro no aparece ningún cucurucho verde ni
nada…Yo odio el helado…
Ladislao Serrano Enero de 2013.
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