jueves, 10 de enero de 2013

MENTA GRANIZADA



MENTA GRANIZADA

A L. Carrozzo por su inspiración.

No tenía la sensación de frío. Mejor dicho, tenía el sentimiento del frío, hacía calor. Hacía calor y tenía que hacer algo. Caminó suave hasta la parada del colectivo. Esperó un rato a que llegase, el bolso era pequeño: se había propuesto no llevar mucho. Llevaba una mochila con el logo de un club de fútbol, una mochila roja, amplia, cómoda, pero no exagerada como esas mochilas estúpidas y sin personalidad que usa todo el mundo. Ahora todo el mundo se cree un explorador: llevan carpas –de montaña-, zapatillas  –de montaña-, pero tienen dinero, suficiente dinero para pasarse un mes en un hotel cinco estrellas. “Pero es mejor la mochilota”, pensarán. En su caso no. Era la mochila pequeña cómoda, de primera marca, eso sí. Las marcas. No tenía sensación de calor. Hacía calor. Un calor de cagarse. Tenía una chomba azul, de primera marca también. Se preocupó un poco, era tarde. Luego recordó que el colectivo, también azul, siempre tardaba. Se calmó al darse cuenta de que en realidad iba a ver al psicoanalista no para analizarse sino para pagarle. Quién puede no pagarle a su analista, a su psicoanalista. También llevaba un morral. Se preocupó por el morral, era lindo, marrón, de marca, pero trucho. ¿Qué pasa? Era eso, la sensación de que sus prendas, su chomba, su mochila, todo; su pulsera de plata, su cadena de plata, no lo representaba para nada. O, al menos, no representaba a su cerebro. Pensó en lo difícil que hubiera sido plantearle esto a su psicoanalista. Hacía un año que no se analizaba. Más bien, su análisis era una especie de aventura poética. Le fascinaba eso: analizarse sabiendo lo que iba a analizar. El colectivo azul venía a lo lejos. Hacía mucho calor, pero al ver el colectivo azul venir, al darse cuenta de que pasase lo que pasase iba a dirigirse a lo de su psicólogo, su analista, y le iba a pagar, lo iba a saludar, lo iba a palmear fraternal incluso, iba a  darle un beso, lamentó que el colectivo se estuviese acercando. ¿Desde cuándo los hombres se besaban aquí? Recordó que desde que era adolescente besaba a sus amigos, no solo a sus amigos, sino a conocidos. Se sintió raro, nada iba a impedir que le pagara al analista. Ni su sensación, ni el colectivo, ni su mochila ni nada. El colectivo iba lleno.
Adentro del colectivo empezó a sentir cómo la mochila, y gracias a algo que no llevaba una mochila de expedicionario de montaña, le hacía sudar poco a poco pero a ritmo firme, la espalda. La espalda se le iba sudando. La gente lo miraba. Lo miraban extrañados. No parecía alguien que se fuera de viaje. Faltaba la mochila gigante o los bolsos incómodos –gigantes- o alguna valija: los desorientaba. Los desorientaba la chomba, la mochila de fútbol, los anteojos de sol, el jean arremangado. Usaba jean: todos los pecados juntos.
Estaba mojado, pero cómodo. Se sintió aún más cómodo al ver a un garitero, que anteriormente trabajaba cerca de su casa, totalmente destruido. El hombre tenía la cara algo achatada y los ojos entrecerrados. “Todo un escritor”, tuvo la sensación. Estaba borracho desde hacía algunos días. Razonó eso al ver que el hombre, al que nunca antes había visto en ese estado, -y únicamente recordaba su voz fina que a veces le pedía cigarrillos cuando se cruzaban en la calle- tenía la camisa abierta casi hasta el ombligo, y llevaba un bolsito. Otra prenda que descoloca a la gente. La gente miraba mal tanto a él como al garitero. A uno por tonto y a otro por borracho. Pero, en el fondo de su cabeza, en el recuerdo de algún sueño, el sabía que lo miraban con desconfianza por el hecho de la mochila. El sabía, tenía la certeza, de que miraban con desconfianza al garitero borracho por su bolsito, no por su borrachera o su camisa abierta. El garitero se bajó.
El se bajó apenas dos cuadras después. Ahí ya nadie podía mirar ningún bolso molesto. Al bajar recordó que justo ese día que no tenía tiempo, había hecho lo que siempre hacía; se bajaba en la avenida. Se bajaba en la avenida, y este bajarse en la avenida, implicaba, que, -como estas comas- debía dirigirse caminando –al pedo- hasta el consultorio del psicoanalista. Un caminar innecesario, una caminar inútil como la mochila que el llevaba o su morral o el bolsito del garitero, o innecesario como el helado de menta granizada, o el vino rosado. Había un tío, mío o del protagonista, que tenía una teoría: 90 por ciento de tinto, 5 por ciento de blanco y ¿quién carajo toma vino rosado? Puro marketing decía. Era una teoría interesante. Pero caminar innecesariamente bajo este calor. No era el día. No era necesario. Además, así como llegó al edificio, el psicoanalista bajó, subieron juntos, charlaron un poco, le pagó, charlaron otro poco-el psicoanalista estaba vestido casi igual a el- y se dijeron “felices fiestas”, se fue. Parecía que no iban a volver a verse nunca más. Hubiese sido un buen saludo el “felices fiestas”, si es que no se veían más, alguno de los dos moría, o alguno de los dos hacía un viaje largo, verdaderamente largo. Esto era un viaje apenas largo, un viaje para pasar año nuevo en otro lugar.
Ahora, tenía que caminar hacia la avenida nuevamente. Pensó en que le gustaría tener una hija. Se daba cuenta de que las pocas personas que leían poesía eran los viejos y las mujeres. Las mujeres jóvenes, las pendejas, leían mucha poesía. No dejaban de perseguirlo. Ahora bien, el sabía que el viaje innecesario de vuelta hacía la avenida iba a ser aún peor que la ida. La temperatura había subido ligeramente. Y la sensación ya no era de calor, era un escalofrío. Escalar el frío, eso era una buena palabra: escalofrío. Diversas variaciones de frío. Cuando se dio cuenta ya estaba en la avenida. El tiempo no existe, es un fenómeno azul o celeste, verde, innecesario. Cuando uno camina pensado estupideces; cuando uno camina pensado o hablando rápido casi sin mirar a la gente, el tiempo no existe: estaba en la avenida. El tiempo era un magma celeste, como el cielo. Ya estaba en la avenida.
El colectivo esta vez era verde con vivos rojos. Y nadie lo miraba. Nadie lo hacía, es verdad. El sol quemaba. Recordó que tenía un libro apretado en su morral, iba a llevar un único libro a su corto viaje. Era un libro de mujer, un libro de poesía escrito, hecho, dictado por una mujer. Era de una de las autoras de moda, digamos. Una de las pocas autoras de moda que valían la pena. Se dio cuenta de que le gustaría tener un hijo con la autora del libro, autora a la que tenía que entrevistar en apenas cuarenta minutos. Estaba algo retrasado, pero el sol, el calor, y esa sensación le hacían creer que iba a llegar temprano o que iba a llegar tarde pero que no iba a haber nada malo en ello. Recordó otra teoría: los que ganan son los despelotados o los que llegan sobre la hora: los puntuales nunca. Era una teoría rusa. ¿O una teoría argentina? En el colectivo verde nadie lo miraba porque iba casi vacío. Casi vacío era raro, dada la hora. Es que seguramente la gente se había ido el día anterior. Ahora, para estas fiestas de fin de nuevo año había un feriado largo. Vacaciones pacifistas. Vacaciones sin gente sin bolsos grandes. Abrió el libro. Ya lo había leído, ya tenía preparadas –en su mente- algunas preguntas y algunas preguntas por si todo fallaba –las escritoras son impredecibles- anotadas en un cuadernillo rayado, amarillo, anillado.
Leía cosas, pero no estaba leyendo. Ya no tenía sentido seguir leyendo nada; ya había leído el libro –el último libro de la escritora- y toda su obra y había leído casi toda la obra de los autores favoritos o aquellas marcadas influencias a las que respondía, o, parecía responder, la escritora. Casi leía, pero no podía. El libro era bello, fino, el fondo era negro y en el centro, debajo del nombre del autor y arriba del título del volumen había un dibujo verdoso que se asimilaba a un cucurucho. Se asimilaba, porque efectivamente, el dibujo no era un cucurucho. De nuevo el tiempo. Todo era relativo, parecía que no pasaba nada. Parecía que el no iba a hacer ningún viaje, que su micro no iba a salir por la plataforma 25 a 45 de retiro con destino a Mar Del Plata, el 29 de diciembre del  año 2012, a las 24 horas, 10 minutos. No parecía, pero su incomodidad, la sensación extraña, la mochila y el morral, confirmaban lo contrario.


El tiempo también confirmaba su inexactitud. Ya que ahora, parecía casi como si no hubiese pasado ni un minuto, arriba del subte, viajando en el subte, bajo la tierra. Pasaban las estaciones rápido una a una. El tren, que también iba vacío, como el colectivo verde, estaba todo pintado con graffitis del lado de afuera. Eso dificultaba visualizar  cada estación a la que se llegaba y se partía. Pero había viajado muchos años: era un viaje de memoria. Lo que no había visto nunca antes era el verde  del cartel con la letra de la línea de subte a la que pertenecía el tren. El cartel era verde, el cartel con el que uno rápidamente, siendo extranjero o no estando familiarizado con el sistema de colores adoptado por cada líne de subte, podía visualizar. También eran verdes las letras  Times New Roman – ni siquiera pagaron una tipografía original- que componían los nombres de cada estación, sobre un fondo blanco.
Estaba casi decidido a abrir el libro y  leer un poema, el poema del comienzo, aquel que funcionaba como poética, prólogo o proemio al poemario. Ese era en verdad un gran poema, que contrastaba con los siguientes por su redondez y madurez, por su música y color, por las escasas pero atrevidas metáforas, por el sagaz uso de la aliteración, alejado de cualquier infantilismo. Iba a leerlo, pero con todo lo que pensaba acerca del poema, disfrutaría mucho más de una relectura del libro entero subrayando temas y buscando otros recursos, cercano al mar, en la playa o en el micro, en el baño de la casa cercana al mar, o de madrugada, algo borracho, aprovechando el sueño de todos… Antes de salir, le pareció, solo le pareció, que un líquido verdoso recubría el borde de goma negra de las puertas del subte. Lo quiso tocar, tuvo la sensación de tocarlo…


Lo siguiente que recuerda es verla erguida, con unos lentes de sol antiguos, robados del estilo de  Las Ocampo. El único rasgo sobresaliente, el único quizás era un pelo algo largo, entre rubio y rojizo. El pelo contrastaba con su flacura. La piel era blanca. Debía tener unos 35 años, según la solapa del último libro. Pero era mentira, no parecía de 35, parecía de 19 y parecía un pendejo de pelo corto que se divierte disfrazándose de mujer: eso parecía. Se saludaron. Extrañamente, la escritora sonrió. Tardaron dos cuadras caminando vagos, ella sin nada, el, con mochila y morral.
Pensó en hablar sobre algo o en decir lo mucho que le había gustado el último libro. El cucurucho de la tapa. El calor, que en pleno centro era mayor y la sensación, el escalofrío le hicieron no hacer ni decir nada. Acordaron en que la entrevista se haría en el primer lugar oscuro, bar o restaurante, que se cruzaran. Pensó en lo irresponsable que era al no haber programado esos detalles. Ganan los despelotados o los previsores, nunca los puntuales: una buena. No tenía nada que ver la imprevisión con su postura, con su mochila o el morral, con el hecho de que justo se iba de viaje –lo había olvidado- el día en que había pactado una entrevista.


Se sentaron. El llevaba lentes de sol y apenas entraron al bar se los sacó. Oscuro es mejor, oscuro es el gusto de la escritora. Ella no se quitó los modelo Ocampos en toda la entrevista. Iban bien en su cara. No tenía frío, tampoco calor. El lugar estaba decorado con un estilo muy artístico pero no había cerveza, no había ninguna marca de cerveza que no fuera mejicana. Cómo puede suceder esto; cómo puede ser que no haya cerveza – la cerveza mejicana era agua para él- en un lugar que se llama como un artista reconocido por haber estado hasta en las estampillas de los juegos olímpicos de Barcelona 92. Y se sabe que el 90 por ciento de los artistas, además de tomar vino tinto, son alcohólicos o consumen alguna droga o algo por estilo.
La entrevista con la escritora se había dado en dicho bar, luego de un diluvio. Solo una gran cantidad de lluvia y bebedores pueden acabar con la cerveza nacional. No deben haber entregado cervezas por fin de año. Pero claro, eso era una idiotez. Quién se privaría de vender unos cuantos litros de cerveza. Fin de año, es, desde hace mucho mucho tiempo, la fecha donde todos beben, incluso beben, a fin de año, aquellos tontos que no beben en todo el puto año. No podía ser… Pero la escritora era, existía, estaba sentada.  Sentía una música. La música era esa sensación que lo molestaba desde que había salido, desde que esperaba el colectivo azul, desde que subió al colectivo verde, desde que bajó al subte verde. Los colores lo estaban mareando. Ahora era el momento para soltar música, para hacer algo con eso. Justo ahora, justo en este momento tan verde: la escritora. Y la escritora comenzaba a caerle bien. No hablaba o, mejor dicho, no hablaba mucho. Realmente hablaba, el tema era que estaba esperando a que le hagan la entrevista… Brutalmente buscó su celular y el grabador en el morral. La mano palpó primero un bloque rectangular, poroso y cubierto de un papel plástico. Luego, siguió hurgando y dio con el celular y un grabadorcito chiquito. Los puso a ambos en la mesa. Ambos artefactos grabarían la entrevista. El aire se calmó, el calor se calmó, la música se calló.

_ Bueno, dijeron que se terminaba el mundo pero todo eso es una mentira…
_ Todo lo que se pueda decir es mentira.
_Abramos el juego, ¿qué hizo ayer a la noche?
_ ¿Ayer a la noche?...
_ Sí .¿Está escribiendo algo ahora?
_Me puse a pintar con pasteles, en una cartulina grande, apoyé mis pies y los pinté… Y, escribía cosas al lado de la pintura todo el tiempo, era como una mezcla…
_ Y esta… Digamos, yo sé que usted… Emm… Leí toda su obra…Soy un admirador suyo, pero digamos… Yo, no sabía de esta faceta suya… De artista pictórica. ¿Lo puede explotar más o es un hobby de entre casa?
_ Es sólo un hobby de entre casa, porque realmente son pinturas muy bobas, es solo porque me hace sentir bien.
_ Es como una catarsis…
_ Mmm sí, puede ser. Es como un disfrute: no pensar.
_ Y… ¿Qué está leyendo últimamente?
_Qué estoy leyendo, AUEI… Y… Los cuentos de Silvina Ocampo. los Cuentos Completos de Silvina Ocampo
_ ¿Alguno que me recomiende?
_ Basta con el usted… El del sombrero metamórfico que cambia a las personas.
_ ¡Ay que lindo! No lo leí nunca…
_ Sí, es hermoso. Trata de un sombrero inglés que aparece y como que la gente lo encuentra y el sombrero se escurre de todos lados, hasta que aparece en una sombrerería y la gente iba, se lo ponía y se les transformaba el cuerpo. Me gustó particularmente porque hay una parte, que dice que lo encuentran unos nenes, que se peleaban por el sombrero, y el nene dice que si el se lo pone es Juana de Arco, y la nena dice que si ella se lo pone es Enrique VIII.
_ Jaja, genial.
_ Por eso, más que nada, me gustó ese cuento, y lo recuerdo.
_Y en cuanto a… Bueno, yo creo que hay similitudes entre la obra de Silvina Ocampo y tu obra…
_ No creo, Silvina Ocampo es capaz de escribir un millón de cuentos ficticios y yo, no…
_ Pero… ¿Vos creés que los cuentos de Silvina Ocampo son todos ficticios?
_No todos, pero tantos cuentos, tanto… Sí, o sea, tiene una capacidad, creo, para crear, yo… A mi me cuesta mucho.
_Hay un cuento muy bueno de ella que está en El Pecado Mortal, el único libro digamos que leí bien bien de ella…
_ Es el único libro, ahora estoy leyendo los Cuentos Completos, y tengo sus Obras Completas, pero el único libro libro que tengo es El Pecado Mortal.
_ El Pecado Mortal es un gran libro y hay un cuento, no me acuerdo el nombre, que ella hay como un asesinato perfecto no sé si lo leíste, pero creo que ese asesinato, es lo que ella hubiese deseado hacer con su marido, para mí.
_ Sí, por supuesto, puede ser, de todos alguno tiene que ser…Pero hay que tener capacidad…Son muchísimos cuentos…
_ Era una gran escritora.
_ Sí y ella, tiene la habilidad de crear cosas…
_ Bueno, pero la habilidad del escritor es el crear con sus experiencias también. Un escritor decía que en un momento el no tenía mucha obra escrita y… Le decían que el tenía que escribir, y el decía que su vida era su obra…
_Los escritores son egocéntricos…
_ Y bueno… Pero, después sí, se dedicó a escribir. Igual, volvamos… Te saco de tema… El relato autobiográfico… Creo que eso marca mucho tu obra, tu poesía incluso… ¿Qué pensás de Marguerite Duras?
_ Leí un solo libro, que me gustó, más que la historia, su redacción, el modo en que narraba. Un narrador que cambia constantemente de tiempo y se entiende. A mi esas cosas… Yo no tengo facilidad…
_ Duras es muy poética también, si bien no sé si ella escribió poesía…Pero es poesía pura para mí. Es como muy adictiva Duras, ¿no te pasó que cuando leías decías: si escribo ahora, así, voy a escribir como Duras?
_Sí, es cierto. Tiene como una agilidad muy especial.
_ Esa cosa entre fragmentaria… Bueno…  Tu último libro está teniendo mucho éxito en las librerías… Raro en poesía…¿Qué estás preparando? El otro día hablé con tu editor León Noserrá. Estaba un poco desquiciado…
_ ¿Porqué estaba desquiciado? ¡Ese hombre!
_ No sé…
_ Es raro.
_ Estaba ahí comiendo una pizza, y estaba puteando, sobre todo porque no se podía fumar en los espacios, decía, en ningún espacio… Bueno… ¿Ya tenés algún libro firmado, pactado, contratado?
_ No…No me gustan los contratos.
_ ¿No?
_ No, no puedo firmar…
_ ¿Y cómo se manejan? Digo, con tu editor…
_ Y… Yo le mando las cosas a Leo… Y el…
_ ¿Quién es Leo?
_ Mi editor, lo acabás de nombrar…
_ ¡Ah!
_ Yo lo llamo así, desde que somos jóvenes.
_ ¿Se conocen hace mucho?
_ Bastante…
_Dicen que el está... Que tienen una relación rara los dos…
_ No hay palabras para describir sensaciones así…Hemos tenido nuestros momentos, pero cada uno va buscando su lugar,  y nos solemos encontrar…
_ Mmm…Bueno eso lo vamos a borrar de la entrevista obviamente no va a salir…
_Jmjmjm…
_Pero a ver…Bueno… Qué te puedo preguntar, me estás dejando sin labia…Es difícil entrevistar a una mujer así… Me inhibí me inhibí, ahora sí, ahora vuelvo… Creo que voy a tomar un poco de esta cerveza…Emm. Me gustaría que me nombres un poco… De la literatura... ¿Qué es la literatura para vos? Y: ¿cuáles son tus héroes literarios?
_ Qué es la literatura…
_ Sí y cuáles son tus héroes literarios…
_ La literatura para mi, hoy, es otra ramificación del arte, pero es con la que yo me siento más comprendida…
_ ¿Identificada?
_ Sí, pero comprendida más que identificada. La pintura me gusta, me encanta pintar y aprecio a pintores que me gustan, pero nunca llego a sentir tal vínculo como el que siento con la escritura, ni siquiera con la música.
_ Ah, pero hablás de la escritura, te sentís muy atraída, digamos, por el hecho material de escribir, no sólo por la literatura, sino por el…
_ Por el hecho material de escribir, y por la sensación que me da leer a otras personas. Leer y escribir.
_ ¿Escribís a mano siempre o en la computadora?
_ ¡A mano siempre! En la computadora poco, cuando tengo que pasar algo, pero prefiero a mano o en cualquier papelito.
_ Es interesante eso que decís, hay pocos escritores que ahora escriban a mano, debe ser porque no se entienden sus letras…
_ No hay más placer que escribir en cuadernos, con pluma, y tinta, y que se corra… Si bien el papel también puede desaparecer, escribir en la computadora me parece algo como muy en el aire… No puedo escribir en el mismo lugar que tengo cualquier pavada…Prefiero, es más fácil guardar todo lo importante en el mismo lugar, en un cuaderno…
_ Entiendo entiendo y…Emm…Hablemos de tus héroes literarios. No te me escabullas.
_ Mis héroes literarios…
_ Buenos sos joven… Tus gustos…
_ No me gusta la palabra héroe.
_ Tus gustos de hoy de ayer de nunca. No sé.
_No me atrevo a decir algo definitivo…
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_ ¿Leés poesía?
_ Leo poesía…No sé. Me tomo mi tiempo, no es que estoy todo el tiempo leyendo cosas. Podría pero no lo hago porque no me agrada. A mi me gusta leer algo cuando realmente siento… He leído mucho a muy pocos autores.
_ ¿Y esos autores?
_Hoy, estos días, son: Pizarnik, Silvina Ocampo, Baudelaire…
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_ ¡Pavada eh! Casualmente hay dos mujeres…
_Sí pero no creo que tenga que ver… He pensado en mi afinidad hacia las mujeres escritoras, pero creo que es casualidad. Creo que leo igualmente a hombres y mujeres… Puedo leer el trabajo de hombres y mujeres por igual.
_ No es que las idolatrás digamos…
_… Puedo leer el trabajo de hombres y mujeres por igual. También me gusta Leo, mi editor…
_ Ah… ¿Sí? Yo, lo poco que leí de el no me gusta para nada. Me resulta un poco exagerado, a veces melancólico, cursi…
_ Justamente, eso es lo que me gusta… Es difícil calificar las cosas de alguna manera, porque, por lo menos si es… Todos somos tantas cosas…
_ Sos bastante posmoderna: sujeto elidido, descentralizado…
_ Sí, pero si es algo que se da naturalmente…No puede ser o cursi o melancólico o algo: es así…
_ A la vez, sos bastante clásica en tus gustos literarios…No veo nada demasiado extraño…
_ Es que no…¿A qué te referís con extraño?
_ No sé…
_ No pienso en que algo puede ser extraño, es típico…Algo va a ser extraño depende quién lo lea o a quién le guste o con quién lo compares…
_ ¿A quién te gustaría matar?
_ A mi.
_ Jajaja. Nada mejor que un escritor suicida, ¿no?Jaja.
_ A mi, no podría a otro… Me gusta pensar en matar al otro, pero no como un hecho. Lo que sí me resulta fascinante es el hecho de saber que cada ser humano puede decidir cuándo terminar con su vida. Eso me encanta. Ahí somos realmente libres.
_ Eso es muy interesante. Es muy saludable pensar en eso, dicen.
_Me gusta saber que mañana, si yo no quiero más…Y no podría tomar esa decisión por otro jamás.
_ Me parece bastante piola eso, exaltar el suicidio… El pensar en el suicidio, pensar en la capacidad de morir es muy saludable.
_Hace años, no me agradada el suicidio, es más, pensaba que la gente que tomaba esa decisión era hasta... ¡Mediocre! : ¿Porqué uno no va a vivir más? Después, me di cuenta de que era algo hermoso, propio y libre y que la vida no es más que un color.
_ Me gustan tus lentes, esos vidrios verdes… Se ha vinculado tu obra con el arte conceptual… ¿Cómo te llevás con ese vínculo?
_ Me fascina el arte conceptual…  Fiso Lleca me marcó desde que conocí su trabajó. Me fascinó su transparencia, hay gente que la imita bastante, pero no logran esa cosa directa. Un poco esa es la manera en que yo escribo, donde lo simple termina siendo algo que no es cotidiano en la manera en que se plantea. Me gusta mucho y a mí me gusta mucho la combinación de técnicas, digamos: escribir, pintar, la fotografía con la pintura.
_ ¿No creés que está volviendo el artista al estilo humanista, renacentista, ese artista integral que no diferencia mucho entre pintura, literatura, filosofía?
_Ese tipo de preguntas yo… A ver: “que está volviendo”, ¿qué quiere decir? Nunca lo sé… Tal vez siempre estuvo y antes no se manifestaba o uno no lo sabía. Es difícil para mi aceptar cómo la Historia del Arte…
_ No creés en la Historia del Arte…
_ No, no creo para nada. Bueno, está bueno saber… Te ponen un nombre y uno lo relaciona y está bien… Pero ponerle fechas a esas cosas me parece hasta estúpido, porque no sabemos cosas de los que no fueron conocidos. Por ay uno es renacentista ahora o lo fue o no lo es nunca porque esa palabra es ficticia.
_ ¿Vos creés que las palabras son ficticias?
_A veces sí, me encantan, las amo, pero como todo fetichista…
_ ¿Qué le dirías a alguien para que se acercara a tu obra?
_ No lo invitaría a acercarse, le diría que se quede en su cama…
_ ¿En su cama? Tu literatura es buena para leer en la cama…
_ No sé, no me gustan  las cosas objetivas…No puedo ser objetiva conmigo.
_ ¿No te leés?
_ No más que un par de veces…¿Cerramos?
_ Emm sí… Perdón estaba distraído hoy, desde que salí de casa… Y vos… ¿Te puedo preguntar algo?
_ Sí, dale.
_ ¿A quién se le ocurrió lo del dibujo verde de la tapa? El que parece un cucurucho, un helado verde… ¿A la editorial, a vos, a  tu editor?
_ ¿Tenés el libro acá? Porque te juro que en la tapa del libro no aparece ningún cucurucho verde ni nada…Yo odio el helado…


Ladislao Serrano Enero de 2013.

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