lunes, 7 de enero de 2013

CUENTO...



Azul Francia 2.0

            Sandra recuerda el accidente desde su cama. Lo recuerda al rozar el teclado con las yemas de sus dedos. Mucha sangre y caos, su novio desfigurado; rojo; la moto destrozada y ella que ve nublado, borroso, azul Francia. Intenta quitarse algo que le obstruye la visión, que le aprisiona la cara. No siente nada de las piernas para abajo.
            Eso fue en los ochenta, cuando ya era profesora. Antes era una artista plástica en ascenso; luego, su cadera llena de clavos le permitió volver a sentir y a caminar -mal y con dolor- lo justo para seguir trabajando solo en el profesorado.
            Trabajó mucho, fue una buena profesora, exigente. Hasta que no pudo caminar más, se distrajo en la calle y tropezó. Cosas que pasan. Algún día iba a pasar. Le dijeron los médicos: “su columna casi no existe”. Ahora su fémur y otras cosas no existen.
            “Inmóvil, sola y sin parientes linda, qué más puedo hacer,” le dijo a Anette. Su madre había muerto hace años. Luego de vender la casa, quedaron las cosas que había en ella; cosas viejas, cosas de porcelana, de plástico, de bakelita, de vidrio, de cristal, bijouterie. Mucha basura, verdadera basura; pero en cada cosa había un pedazo de pasado, un recuerdo de otras mujeres, de otros hombres, de una casa y de una familia.  Esas cosas ahora ocupaban todo un cuarto de su departamento. Un día creó su cuenta de Mercado Libre con ayuda de una ex alumna suya, esa es Anette.  Anette era y es su amiga. Su función: escuchar a Sandra. La visitaba una vez por semana. Escuchaba  sus lamentos, sus decaídas, sus recuerdos, su inteligencia, sus juicios sobre arte clásico, moderno, contemporáneo. Pero luego el papel fue verdaderamente el de una secretaria.
           
            No recuerda dónde está. Su casco era azul Francia. Es azul Francia cada vez que lo recuerda en sus sueños.
           
            Sandra había pensado en tomarse un frasco de pastillas, pero luego, al realizar una pequeña investigación se dio cuenta de que muchos suicidas que elegían esto frente al saludable tiro en la cabeza o el valiente y romántico salto al vacío, quedaban en coma o en terapia intensiva y luego de una larga internación hasta lograban salir vivos. Necesitaba vida. Y la vida para muchos en el siglo XXI se hace carne en una sola palabra con múltiples significados: web. Sandra luego de crear su cuenta en Mercado libre, no se convirtió en la audaz vendedora 2.0 que luego sería. No. Primero vendió un juego de individuales plásticos horribles. Eran color azul  y tenían unos detalles florales rosa en los costados superiores. Estos, a su juicio, eran estéticamente viejos y  secos en belleza. Sin embargo, eran visiblemente viejos y estaban en buen estado, se dijo Sandra que “algún coleccionista boludo  y rico seguro decora su casa top de Cariló con cosas dignas de una abuela de Parque Patricios”. Decir esto y ver que su publicación ya tenía varios posibles compradores fue todo uno.
            Doscientos pesos obtuvo de su primera venta; casi el sueldo de su joven secretaria. No podía caminar, por lo tanto tuvo que avisar al portero que condujera al comprador hasta su departamento, le abriera y lo llevara hasta su cuarto; y luego de la transacción realizara la operación inversa. El portero, sabio animal del chisme, se mostraba contento con algo que lo deslizara de su rutina habitual. Así fue el comienzo. Sandra se sintió viva.
           
            Ahora  recuerda  a Jorge; su casco era azul. Su casco era Azul Francia. Su casco es Azul Francia cada vez que recuerda.
           
            Hubo dos ventas que marcaron un antes y un después en la vida laboral 2.0 de Sandra. La primera fue la venta de una antigua marquilla de cigarrillos Colt –los cigarrillos que fumaba su padre-. Sandra había realizado una profunda investigación en cada rincón de la web y le había encargado a Anette  que entrevistara a algunos coleccionistas. Las cajas de Colt, no se caracterizaban por su abundancia. Fueron fabricadas por la extinta tabacalera de Barracas de dueños franco-americanos Margaux y Coltinson sólo durante cinco años: “Estos cigarrillos de un exótico  sabor mezcla de tabaco  rubio turco y   tabaco negro francés, competían directamente con los tradicionales Particulares Treinta. Su éxito amenazó el lugar de privilegio de la marca Argentina. Massalin decidió actuar y compró la  tabacalera con todas sus marcas; todo en un combo millonario inédito para la década del cuarenta. Al tener en su poder a la competencia decidieron desintegrar el producto y quedarse sólo con las marcas de menor alcance. La fábrica fue a su vez vendida al Estado por la Massalin al año de haberse efectuado la compra. Algunos dijeron que fue un arreglo algo extraño dado los bajos números que se manejaron en comparación con la compra efectuada a Margaux y Coltinson poco tiempo antes. El lugar es hoy  la sede del club Barracas Central. Ironías de la vida: donde hubo tabaco hoy hay Fútbol. Nada queda allí de la vieja Margaux- Coltinson, sólo algunas viejas marquillas Colt desperdigadas en casas de familia o en vitrinas de coleccionistas.”  Sandra se descubrió apasionada por la investigación. Un tipo extraño, que vestía íntegramente de Blanco pagó cuarenta mil pesos en efectivo por la marquilla. Quizás estuviera loco, pero le dijo a Sandra que  “es poco pagar sólo cinco mil pesos por algo que se persigue años y que indudablemente usted, amable señora, ofrece a un precio muy devaluado”. Sandra estaba contenta. Más que por el dinero, por la situación. 
            La otra venta, aunque de menor envergadura, fue la de un hermoso juego de té en porcelana celeste  que había pertenecido a su bisabuela. Anette y Sandra descubrieron que el sello de la porcelana era de una casa de japoneses exiliados en Perú, no muy valiosa, pero si muy difícil de conseguir en Sudamérica debido a que la mayoría de los productos de esa casa  se exportaban a Europa. “Perjap fue una famosa casa peruano-japonesa de porcelana. Su logo, un ideograma japonés cruzado a la mitad por el escudo de la ciudad de Lima es, según especialistas, de los más hermosos que existen. La casa Perjap fue fundada en mil novecientos treinta por Naohiro Taka-Ono, un joven aristócrata japonés radicado en Barranco. Taka-Ono fue famoso en el Japón antes que en Perú por sus excentricidades en el vestir y su adicción al arte hispanoamericano. Luego de tener que vender su colección privada de arte debido a deudas familiares, decidió autoexiliarse. Viajó. Y al año, debido a su carisma y astucia en los negocios, pudo abrir un taller-comercio de porcelana fina. Diseños exclusivos y refinados pero nada ostentosos hicieron de Perjap un sello famosísimo en Lima y el mundo. El famoso lema de la casa quedó inmortalizado en varios afiches: qué cada familia del Perú beba en una Perjap es motivo de Honor y sapiensa oriental. Compre Perjap, la mejor porcelana de Barranco. Durante décadas los habitantes del famoso barrio  limeño apodaban a las manzanas cercanas al taller de Perjap, el barrio celeste. El apodo nació de una particularidad que haría famosa a la marca: todas las producciones de Perjap eran de dicho color. Si bien la marca en sus comienzos vendía mucho en su país local, con el correr de los años su fuerte fue la exportación a Europa, por eso hoy en día sus piezas aunque no raras, suelen ser bastante buscadas en Sudamérica. Cuenta la leyenda que Naohiro Taka-Ono se hizo millonario gracias a la especulación financiera basándose en postulados Keynesianos y cerró el local-taller a mediados de la década del cincuenta. Taka-Ono se dedicó  a viajar y a coleccionar autógrafos de David Alfaro Siqueiros. Aun se lo pude visitar en su famosa mansión-museo celeste de Barranco y tomar el té que el mismo prepara a sus ciento quince años de edad.” Los ojos de Sandra devoraban la Wikipedia. Cuando leía se abstraía, vivía en una especie de poder. Su sangre fluía por el monitor de la notebook, por los rizomas de la web.  Publicaron las fotos de la tetera, las tazas y demás accesorios. En dos días las vendieron.  Una mujer de tez blanca y ojos grises pagó seis mil pesos por el juego.
           
             Sólo se concentra en la computadora. Aún así, cada noche recuerda el casco azul Francia.
           
            Sandra verdaderamente tenía algo que hacer. Algo que mucha gente, sobre todo los autores de autoayuda, califican como razón de vida. No era una razón necesariamente sino una fuerza. La economía, el trabajo y la web eran su motor. El cuarto de su departamento estaba aún lleno de cosas viejas, de plástico, de porcelana, de vidrio, de bijouterie. El cuarto atiborrado le señalaba poderoso, que con esmero, la venta por mercado libre era una factible y segura forma de entrada económica. Eso que muchos denominan razón de vida.
            Su razón de vida se organizó administrativamente. Ahora Anette era una verdadera secretaria; iba tres o cuatro veces por semana a casa de Sandra y además de charlar, organizaba y seleccionaba las cosas que fueran a venderse próximamente. La investigación en su mayoría la realizaba Sandra. Investigaba con extrema pasión erudita y audacia artística. El resto corría por las delicadas manos de Anette. Durante algunos meses el sistema fue el mismo que en los comienzos. El portero – siempre de buena gana- guiaba a la gente hasta el departamento de Sandra, esta realizaba la venta o no, y luego el hombre guiaba nuevamente a los compradores hasta que dejaran el edificio; pero una vez asesinaron de cinco tiros a una anciana vendedora 2.0  en Flores y eso  generó una tercera cabeza en el corral web: El Portero. Este recibiría una comisión por venta. Solo tenía que encargarse de la venta personalmente y entregar el dinero a Sandra. Luego Anette  depositaría todos los meses el dinero resultante en una cuenta del Banco Provincia. Ya toda una estructura guiaba la vida de Sandra. Ella misma tenía poder, lo había construido. Había creado maravillas de un montón de basura, de recuerdos. Desde la cama,  pensaba únicamente en vender por internet.  Las cosas marcharon por años. Sandra, El Portero y Anette.
            El cuartito era oscuro. Sandra nunca lo había usado más que para guardar cosas viejas o papeles. Era un cuarto más. Antes, cuando pudo mudarse luego de años de profesorado y un tiempo después de su cuarta operación iba a ser la biblioteca. Finalmente la biblioteca se situó parte en el living y parte en su habitación. El cuartito tuvo su razón y nombre cuando murió la mamá de Sandra. Se lleno de cosas; cosas viejas. Sandra siempre tuvo algo de estupor por el cuarto. No tenia ventanas, era oscuro y nunca lo abría. Aún cuando mantenía la casa bastante limpia, el cuarto no se abría, no se ventilaba. Sandra y Anette lo apodaron graciosamente el cuartito del terror. Era un lugar plagado de fuertes legados; Anette, cuando iba  ahí, estaba segundos, minutos como mucho. Buscaba lo que fuese necesario y útil para vender y luego se retiraba. Sólo en una ocasión estuvo media hora allí. Fue un día que  había decidido inventariar todos los objetos, o casi todos. Casi, porque a la media hora tuvo que irse a su casa con un terrible dolor de cabeza. Ese era el cuartito del terror.
            Un día Anette se dio cuenta de que cuando iba al departamento de su jefa, ésta casi no le hablaba.  Sandra lucía serena, poderosa y firme. Solo le dirigía la palabra para saludarla y para organizar las ventas de las cosas del cuartito. Pero cuando chateaban a la noche, se mostraba fraternal y normal. El cuartito se iba vaciando poco a poco. Las cosas se fueron desprendiendo. Una parte del pasado se fugaba. Lo que era un recuerdo, una casa, una familia y sus objetos, ahora eran trabajo. Las cosas eran poder. La web era un exorcismo de lo inasible. Una vida se modificaba.
            Sandra inicia su cuenta de mercado libre, manda mails, lee mails, investiga. Mira el Facebook, no le gustaba. Igualmente crea una cuenta y al mes ya tiene quinientos amigos. Hace las compras por internet, todas las compras del mes. Tiene una señora que le cocina y limpia. No es cara, es buena, sabe cuando charlar y cuando callarse; el único requisito que debería ser excluyente al contratar una empleada doméstica. Twitter es mejor que facebook. Más intelectual; sigue a mucha gente y la siguen mucho. Sandra sabe mucho de Arte. “Twitteas muy bien, sos un éxito”, le dice un día soleado Anette. Venden unas joyas doradas, unos soldaditos de plomo, un suvenir de Mar del Plata de los que cambian de color según el clima. Nada muy interesante. El suvenir ese día era color azul.
                       
              Sandra ya deja de Twittear, es tarde, está adormecida. Apaga la computadora. Recuerda el casco azul Francia. Desearía no apagarla, pero está tan caliente que los dedos le queman.
           
            Las ventas fueron empeorando gradualmente. Primero vendieron una plancha vieja en estado deplorable: la única venta de Junio. Luego se puso peor: nada en julio. Se trataba de alguna disminución de tipo stockario. Tendría que haber previsto esto, pero Sandra no hizo nada. Parecía como si las cosas nunca se fueran a acabar. Pero el cuarto tenía un espacio físico real, no había magia en él. Y las cosas se fueron desprendiendo.
            Un día de lluvia, Sandra le dijo a Anette que fuera al cuartito del terror a buscar algo para vender por internet. Anette caminó despacio, sabía –ella misma había hecho el inventario del cuarto- que no quedaba nada, la última vez que había entrado sólo había cajas y un par de libros de cocina (dos pares del libro de Doña Petrona) y nada más. Recordaba sólo eso en el cuartito del terror. Anette abrió  la puerta rápido y luego de revisar con sus ojos el costado izquierdo del cuartito, divisó a la derecha, casi al lado de la pared, un objeto. Un casco azul. Un casco azul Francia. Lo agarró, tenia algunos rayones, y un pequeño hundimiento en la parte de atrás, a la altura de lo que debería ser la nuca, si uno lo tuviera puesto. Se lo llevó a Sandra; Sandra lo tomó en su regazo. Anette notó algo en sus ojos. Sandra publicó el objeto en mercado libre. El casco azul Francia fue vendido en cincuenta pesos. Era más bien un objeto de colección, un objeto como  “para apoyar en algún lado” dijo el comprador. Sandra vendió el casco azul Francia a cincuenta pesos. Sandra vendió el casco y ese mismo día lluvioso cerró su cuenta en Mercado libre y no depositó más plata en la cuenta del Banco Provincia para El Portero; y Anette sólo fue a charlar con ella como amiga; nunca más como secretaria.

            Ahora se adormece. Su casco es Azul Francia cada vez que recuerda el accidente de moto, cada vez que siente el teclado con la yema de sus dedos, cada vez que recuerda que Jorge sólo tuvo un casco azul Francia. El casco azul Francia que ella usó el día del accidente.


 24 de enero de 2012

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