El grupo teatral Aqueles,
aquel que debutó con la obra Aqueles que
nao sao mais, vuelve nuevamente de la mano del joven, pero experimentado
Horacio Nin Uría. Obviamente el barrio es Abasto. Y el teatro es: El Teatro del
Abasto…Pero ya que la obra narra recuerdos, recuerdos fotográficos, vayamos por
uno, que relacioné lateralmente con la obra…
Recuerdo que había una mulita
disecada en una casa de campo que visité una vez. El caparazón, que otras veces
vi ya convertido en charango, ya de por si, despertaba simpatía. El animal,
aunque muerto, parecía vivir en cada una de sus capas óseas, en cada pelo que
aún resistía a irse, a morirse; resistía más que la carne.
La carne resiste mucho, pero el hombre no va a quedarse pudriéndose en un mismo lugar: ¿o sí? Los personajes
de Llanto de Sauce parecen no estar dispuestos a pudrirse. Pero algo los
obsesiona, algo que podríamos llamar existencial. Ese algo los conflictúa. Y
muy conflictuado está el protagonista, quien narra los recuerdos de las
fotografías que tomó en un viaje. Desde ya, el viaje no fue ordinario. Conoció
a tres personajes, a tres personalidades.
Los tres personajes que son evocados desde la imagen, nacen
de la nada, y habitan una nada que podríamos llamar pampa argentina atemporal. Y por allí venía viajando, ¿o huyendo?,
nuestro protagonista –Alfredo Staffolani-, hombre que descubrimos aficionado a
la fotografía y que dejará marcas para mal o para bien en los solitarios
habitantes de una estancia.
La obra presenta una estructura formal sólida. Esto brinda
un esquema potente desde el cual los actores pueden volar o dejarse soltar, a
veces en monólogos, a veces en complejas escenas de a cuatro o de a tres. Cada
bloque o acto o escena o como se lo quiera llamar, nos relatará, nunca
completamente, pero sí con cadencia y hermosa poética, las tribulaciones o
fantasmas de los habitantes de esta estancia adormecida en la pampa argentina atemporal.
Una extraña amistad marcará al protagonista y al Peón Luis –
Juán Manuel Zuluaga-,
hombre de suave charla y divina melancolía. Luis es una mulita viviente, un roedor que cava y
cava y cava y sólo descansa de noche viendo fermentar su caña con ruda. Cava y
cava pero sabe, ya todos los Sauces
se secaron allí, ya las “vacas comen piedras” y mueren: sin río no hay sauce que aguante. El futuro de la
mulita Luis, el futuro que él desea, es el mar…
La amistad con Luis es extraña. La relación con la pareja,
es decir con los jefes de Luis, será también compleja. Un accidente los ha
marcado a ambos: a él –Román Tanoni- lo posee un sentimiento de duda, de falta
de decisión: una silla de ruedas. Y ella, -Mariana Estensoro-, se promete
cuidar de su compañero hasta que su larga melena
deje de crecer.
Los objetos, simbólicos, divertidos y serios a la vez, son
de lo mejor: la larga peluca de la mujer, que uno no puede dejar de comparar a
la larga espera de Penélope y su tejido
;el cigarrillo que fuma el protagonista y que todos quieren
pitar, el disfraz de mulita, jocoso y gracioso, pero tierno y revelador de una
metáfora de la armazón necesaria ante la adversidad. Todo un arsenal de objetos
que son parte vital de la obra y de cada personaje.
La fotografía, como sostenía Barthes, a veces punza. El
narrador se siente perseguido por las fotos, por la experiencia que ve, siente
y evoca, en y de ellas.
Acaso lo mejor de la obra sea esa necesidad de experiencia que persigue a todos los personajes.
Sentimiento que el grupo Aqueles logra
transmitir. Seguro con el correr de las funciones se irá aceitando todo el
complejo mecanismo de Llanto de Sauce.
Acaso otro detalle, el último detalle: la falta de música,
la gracia y el poderío de la imagen y el texto hace de esta obra un momento de
teatro vivo; todo hace que los personajes habitantes de esta pampa seca, hagan
llorar su sauce en medio de un escenario
tan probable como atemporal. Lo atemporal, como en la buena música,
siempre es bienvenido, y genera un extraño sentimiento de vida. Porque en la
fotografía, quiérase o no, hay vida; vida encerrada, capturada, pero vida al
fin. Como aquella mulita que vi en el
campo, aquella mulita que no pudo ser
charango y se quedó como una fotografía, viva
en mi recuerdo.
Ladislao
Serrano, 27 de enero de 2013.
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