miércoles, 13 de febrero de 2013

ACERCA DE ALMA...

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Podríamos comenzar la nota de Alma, el unipersonal dirigido por Armando Saire y Leonardo Odierna, contando que Alma estrenó el dos de febrero su segunda temporada. Y, si en el teatro las obras se vuelven a estrenar eso es una buena noticia. ¿No es odioso cuando uno recomienda algo y dura apenas unos meses, en el mejor de los casos? Alma cuenta con el poder del reestreno: se lo ganó con trabajo.
El unipersonal, escrito por uno de sus directores, Saire, y por la actriz Lorena Székely, cuenta con un gran trabajo de preproducción en general, y de predramaturgia. Como disparadores, una obra: El alma buena de Se-Chuan, de Bertolt Brecht y una película bastante reciente: Irina Palm de Sam Garbarsky. Entonces, de un clásico y una película nace otra historia. De Maggie a Irina Palm, de María Victoria a Alma. Nace la historia de Alma. Y  no olvidemos a Shen-Te, la joven hetaira brechtiana poseedora de un gran corazón. Algo en común: en todas las historias hay una mujer que es modificada por un hecho central.
Arriesguemos interpretaciones o lecturas: Alma o la transformación obligada y poco a poco aceptada, acostumbrada. Alma o el viaje a la ciudad, ciudad que no siempre se presta a las sensaciones que contagian sus bellas luces nocturnas. Alma o la vida, el silencio, la muerte, el dolor y el trabajo. Alma o todo lo que un ser humano puede degradarse para pertenecer, para brindarse un sabroso lugar en el comedor de la vida capitalista y progresista…
Ahora bien, ¿cómo vencer dramáticamente el estancamiento en el que caen muchas veces los unipersonales? Alma apostó a la variedad de personajes, que son precisa, brutal, y bellamente interpretados –todos- por Lorena Székely. Brillantes diálogos – ¿o acaso monólogos?- y una extensión justa ayudan a mantener la obra en equilibrio. La actriz ha realizado con éxito un estudio fino de la disociación psicológica. Lorena Székely es creíble y fuerte tanto en el papel de Alma, la gastada luchadora,  como en la piel de la aniñada y pura María Victoria.
Hay escenas emocionantes y tiernas. Hay escenas que reproducen con virtuosismo el movimiento; el viaje en tren desde algún pueblo del interior hasta la bella ciudad, la ciudad dónde María Victoria se deslumbra con esos relámpagos que parecen ser “bichitos de luz”. Hay escenas que golpean, punzan. Hay escenas para pensar y ser pensados.
La producción elige acompañar la potencia disociativa de Székely con pocos objetos: una silla, una soga, y una planta. Ocasionalmente sonará algún ruido de tormenta, o antes de comenzar la función escucharemos una música divertida que nos predispone bien para los momentos que luego habrá que enfrentar. Casi no hay sonido y eso hace que se sienta aún más el poderío de la actriz. La iluminación, diseñada por Nestor Navarría y operada por Miguel Madrid, hará de guía.
Vale la pena ir a ver el gran trabajo que Székely realiza en este viaje que va desde el interior a la capital, desde el salto de soga a los desinfectantes, desde la pobreza al dinero, desde la semilla hasta la planta. Y sólo me quedó algo en el tintero del cerebelo: ¿no será sabio no moverse?, ¿no será sabio evitar el silencio familiar y confesar de dónde nacen nuestras montañas de dinero? Será, espero, todo una cuestión de Alma que cada uno sabrá resolver…El problema es que el alma, como dijo la poeta: el alma no se ve.

L. Serrano.

 


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