Hernanito suena a “hermanito”. Sí, suena pero no es lo mismo, aunque tienen mucho que ver.
Alejandro
Acobino dirige esta “pieza esquizo-industrial” de gran poder textual y
lingüístico. Por eso el rodeo del comienzo. El lenguaje, ya sea en
pequeños juegos como el de la primera frase, brilla en Hernanito de
forma poco común, o poco común al lenguaje utilizado en la mayoría de
los textos teatrales. Sería interesante investigar cuántas veces han
aparecido joyas del estilo de “rebarba” o I.S.O 34 internacional” en una
obra, seguramente fueron pocas. Aquí eso sucede: el lenguaje logra ser
esquizo-industrial y no resigna humor. Primer párrafo: Acobino nos
brinda su gran texto y su acertada dirección.
La trama,
esa palabra pasada de moda, es fácil y poderosa: una pequeña pyme
dedicada a la tornería y el embalaje, cuyo dueño es Juan Jorge ( Rodolfo
Demarco), contrata a Salinas ( Fernando Gonet), un obrero evangelista.
Pero algo esconde Juan Jorge, hay algo en su pasado –algo artístico y
vergonzoso- que no lo deja levantar cabeza. De aquí que lo industrial,
sea lo que Juan Jorge dificultosamente eligió para salir adelante y
olvidar. Segundo párrafo: claro que proponerse olvidar no quiere decir
que uno va a olvidar.
Las
actuaciones son tremendas y poderosas. El nivel de traumas que aquejan a
Juan Jorge hacen que Demarco sobresalga con un personaje entrañable,
psicótico y odioso que puede jugar al ping pong amablemente con Salinas y
luego discriminarlo tanto racial como culturalmente en sus adentros. El
papel de Salinas es sutil y logrado. Logra condensar la esencia de
alguien bueno cuya vida no siempre lo fue y que busca en la religión no
un consuelo sino una postura en la vida. Hay escenas memorables, donde
se trenzan en diálogos geniales que siempre dejan en claro que Salinas
tiene actitud y Juan Jorge traumas. Dichos traumas, la obra los
decodifica en un misterioso tercer hombre, si es que a este personaje le
cabe el mote de humano… Tercer párrafo: finalicemos sin tentar al
demonio Charulo.
Lenguaje,
trama, actuaciones, ya generan un gran deleite. Por otro lado, hay que
resaltar la escenografía – parece una verdadera pyme- y el manejo de
las luces. Una escena en la que hay un corte de luz en pleno día, de
pronto hace que todo lo que era gracioso de pronto adquiera un suspenso
misterioso y terrible. En fin, Hernanito conjura diversas ideologías y
traumas. Y hasta conjuga –y conjura- artes, ya que Juan Jorge dominó y
domina un arte que muchos –inclusive el cronista, inclusive científicos-
consideran maldito y con el que tal vez él pueda convivir. Un arte para
el que es necesario partirse industriosamente en dos y hablar “con el
vientre”. (1) Cuarto y último párrafo: finalicemos recomendando
-¡efusivos!- , esta gran obra de teatro llamada Hernanito.
Gacetilla:
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